Era Quirrell.
—¡Usted! —exclamó Harry.
Quirrell sonrió. Su rostro no tenía ni sombra del tic.
—Yo —dijo con calma— me preguntaba si me iba a encontrar contigo aquí,
Potter.
—Pero yo pensé... Snape...
—¿Severus? —Quirrell rió, y no fue con su habitual sonido tembloroso y
entrecortado, sino con una risa fría y aguda—. Sí, Severus parecía ser el
indicado, ¿no? Fue muy útil tenerlo dando vueltas como un murciélago enorme.
Al lado de él ¿quién iba a sospechar del po-pobre tar-tamudo p-profesor
Quirrell?
Harry no podía aceptarlo. Aquello no podía ser verdad, no podía ser.
—¡Pero Snape trató de matarme!
—No, no, no. Yo traté de matarte. Tu amiga, la señorita Granger,
accidentalmente me atropelló cuando corría a prenderle fuego a Snape, en ese
partido de quidditch. Y rompió el contacto visual que yo tenía contigo. Unos
segundos más y te habría hecho caer de esa escoba. Y ya lo habría
conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando un contramaleficio,
tratando de salvarte.
—¿Snape trataba de salvarme a mí?
—Por supuesto —dijo fríamente Quirrell—. ¿Por qué crees que quiso ser
árbitro en el siguiente partido? Estaba tratando de asegurarse de que yo no
pudiera hacerlo otra vez. Gracioso, en realidad... no necesitaba molestarse. No
podía hacer nada con Dumbledore mirando. Todos los otros profesores
creyeron que Snape trataba de impedir que Gryffindor ganase, se ha hecho
muy impopular... Y qué pérdida de tiempo cuando, después de todo eso, voy a
matarte esta noche.
Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del aire y se enroscaron
en el cuerpo de Harry, sujetándolo con fuerza.
—Eres demasiado molesto para vivir, Potter. Deslizándote por el colegio,
como en Halloween, porque me descubriste cuando iba a ver qué era lo que
vigilaba la Piedra.
—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?
—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le
hice al que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente, cuando todos
andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí,
fue directamente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi
monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la
pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho...
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar este interesante
espejo.
De pronto, Harry vio lo que estaba detrás de Quirrell. Era el espejo de
Oesed.
—Este espejo es la llave para poder encontrar la Piedra —murmuró
Quirrell, dando golpecitos alrededor del marco—. Era de esperar que
Dumbledore hiciera algo así... pero él está en Londres... Cuando pueda volver,
yo ya estaré muy lejos.
Lo único que se le ocurrió a Harry fue tratar de que Quirrell siguiera
hablando y dejara de concentrarse en el espejo.
—Lo vi a usted y a Snape en el bosque... —dijo de golpe.
—Sí —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo
para ver la parte posterior—. Me estaba siguiendo, tratando de averiguar hasta
dónde había llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustarme...
Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...
Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado.
—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?
Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se aflojaron. Tenía que
evitar que Quirrell centrara toda su atención en el espejo.
—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.
—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual— claro que sí. Estaba en Hogwarts
con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca quiso que estuvieras
muerto.
—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo
estaba amenazando...
Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.
—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi
maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...
—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —preguntó Harry
—Él está conmigo dondequiera que vaya —dijo con calma Quirrell—. Lo
conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas
ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que
estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles
para buscarlo... Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces
le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se estremeció
súbitamente—. No perdona fácilmente los errores. Cuando fracasé en robar
esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó... decidió que tenía
que vigilarme muy de cerca...
La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje al callejón Diagon...
¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell aquel mismo día y
se habían estrechado las manos en el Caldero Chorreante.
Quirrell maldijo entre dientes.
—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que
romperlo?
La mente de Harry funcionaba a toda máquina.
«Lo que más deseo en el mundo en este momento —pensó— es encontrar
la Piedra antes de que lo haga Quirrell. Entonces, si miro en el espejo, podría
verme encontrándola... ¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida!
Pero ¿cómo puedo mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer?
Trató de torcerse hacia la izquierda, para ponerse frente al espejo sin que
Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan
tensas que lo hicieron caer. Quirrell no le prestó atención. Seguía hablando
para sí mismo.
—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!
Y para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir
del mismo Quirrell.
—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho...
Quirrell se volvió hacia Harry.
—Sí... Potter... ven aquí.
Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron. Harry se puso
lentamente de pie.
—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.
Harry se aproximó.
«Tengo que mentir —pensó, desesperado—, tengo que mirar y mentir
sobre lo que veo, eso es todo.»
Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el extraño olor que parecía
salir del turbante de Quirrell. Cerró los ojos, se detuvo frente al espejo y los
volvió a abrir.
Se vio reflejado, muy pálido y con cara de asustado. Pero un momento
más tarde, su reflejo le sonrió. Puso la mano en el bolsillo y sacó una piedra de
color sangre. Le guiñó un ojo y volvió a guardar la Piedra en el bolsillo y,
cuando lo hacía, Harry sintió que algo pesado caía en su bolsillo real. De
alguna manera (era algo increíble) había conseguido la Piedra.
—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?
Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:
—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos —inventó—. Yo...
he ganado la copa de la casa para Gryffindor. Quirrell maldijo otra vez.
—Quítate de ahí —dijo. Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra
Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar?
Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque
Quirrell no movía los labios.
—Él miente... él miente...
—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la verdad! ¿Qué es lo que
has visto?
La voz aguda se oyó otra vez.
—Déjame hablar con él... cara a cara...
—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!
—Tengo fuerza suficiente... para esto.
Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera clavado en el suelo. No
podía mover ni un músculo. Petrificado, observó a Quirrell, que empezaba a
desenvolver su turbante. ¿Qué iba a suceder? El turbante cayó. La cabeza de
Quirrell parecía extrañamente pequeña sin él. Entonces, Quirrell se dio la
vuelta lentamente.
Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar salir ningún sonido.
Donde tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había un rostro, la cara
más terrible que Harry hubiera visto en su vida. Era de color blanco tiza, con
brillantes ojos rojos y ranuras en vez de fosas nasales, como las serpientes.
—Harry Potter... —susurró.
Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le respondían.
—¿Ves en lo que me he convertido? —dijo la cara—. No más que en
sombra y quimera... Tengo forma sólo cuando puedo compartir el cuerpo de
otro... Pero siempre ha habido seres deseosos de dejarme entrar en sus
corazones y en sus mentes... La sangre de unicornio me ha dado fuerza en estas
semanas pasadas... tú viste al leal Quirrell bebiéndola para mí en el
bosque... y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré capaz de crear un
cuerpo para mí... Ahora... ¿por qué no me entregas la Piedra que tienes en el
bolsillo?
Entonces él lo sabía. La idea hizo que de pronto las piernas de Harry se
tambalearan.
—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que salves tu propia vida y te
unas a mí... o tendrás el mismo final que tus padres... Murieron pidiéndome
misericordia...
—¡MENTIRA! —gritó de pronto Harry.
Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort pudiera mirarlo. La cara
maligna sonreía.
—Qué conmovedor —dijo—. Siempre consideré la valentía... Sí,
muchacho, tus padres eran valientes... Maté primero a tu padre y luchó con
valor... Pero tu madre no tenía que morir... ella trataba de protegerte... Ahora,
dame esa Piedra, a menos que quieras que tu madre haya muerto en vano.
—¡NUNCA!
Harry se movió hacia la puerta en llamas, pero Voldemort gritó:
¡ATRÁPALO! y, al momento siguiente, Harry sintió la mano de Quirrell
sujetando su muñeca. De inmediato, un dolor agudo atravesó su cicatriz y sintió
como si la cabeza fuera a partírsele en dos. Gritó, luchando con todas sus fuerzas
y, para su sorpresa, Quirrell lo soltó. El dolor en la cabeza amainó...
Miró alrededor para ver dónde estaba Quirrell y lo vio doblado de dolor,
mirándose los dedos, que se ampollaban ante sus ojos.
—¡ATRÁPALO! ¡Atrápalo! —rugía otra vez Voldemort, y Quirrell arremetió
contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el cuello con las dos
manos... La cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y, sin embargo, pudo
ver a Quirrell chillando desesperado.
—Maestro, no puedo sujetarlo... ¡Mis manos... mis manos! Y Quirrell,
aunque mantenía sujeto a Harry aplastándolo con las rodillas, le soltó el cuello
y contempló, aterrorizado, sus manos. Harry vio que estaban quemadas, en
carne viva, con ampollas rojas y brillantes.
—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez! —exclamó Voldemort.
Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio mortal, pero Harry,
instintivamente, se incorporó y se aferró a la cara de Quirrell.
—¡AAAAAAH!
Quirrell se apartó, con el rostro también quemado, y entonces Harry se dio
cuenta: Quirrell no podía tocar su piel sin sufrir un dolor terrible. Su única
oportunidad era sujetar a Quirrell, que sintiera tanto dolor como para impedir
que hiciera el maleficio...
Harry se puso de pie de un salto, cogió a Quirrell de un brazo y lo apretó
con fuerza. Quirrell gritó y trató de empujar a Harry. El dolor de cabeza de éste
aumentaba y el muchacho no podía ver, solamente podía oír los terribles gemidos
de Quirrell y los aullidos de Voldemort: ¡MÁTALO! ¡MÁ TALO!, y otras
voces, tal vez sólo en su cabeza, gritando: «¡Harry! ¡Harry!».
Sintió que el brazo de Quirrell se iba soltando, supo que estaba perdido,
sintió que todo se oscurecía y que caía... caía... caía...
Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La snitch! Trató de atraparla, pero sus
brazos eran muy pesados.
Pestañeé. No era la snitch. Eran un par de gafas. Qué raro.
Pestañeó otra vez. El rostro sonriente de Albus Dumbledore se agitaba
ante él.
—Buenas tardes, Harry —dijo Dumbledore.
Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.
—¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la Piedra! Señor, rápido...
—Cálmate, qúerido muchacho, estás un poco atrasado —dijo
Dumbledore—. Quirrell no tiene la Piedra.
—¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...
—Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey me echará de aquí.
Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la
enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y
cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que parecían la
mitad de la tienda de golosinas
—Regalos de tus amigos y admiradores —dijo Dumbledore, radiante—. Lo
que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente
secreto, así que, naturalmente, todo el colegio lo sabe. Creo que tus amigos,
los señores Fred y George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un
inodoro. No dudo que pensaron que eso te divertiría. Sin embargo, la señora
Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo confiscó.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Tres días. El señor Ronald Weasley y la señorita Granger estarán muy
aliviados al saber que has recuperado el conocimiento. Han estado sumamente
preocupados.
—Pero señor, la Piedra...
—Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la Piedra. El profesor
Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para evitarlo, aunque debo
decir que lo estabas haciendo muy bien.
—¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Hermione?
—Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Londres, me di cuenta
de que el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a
tiempo para quitarte a Quirrell de encima...
—Fue usted.
—Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.
—Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara
la Piedra...
—No por la Piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. Durante un
terrible momento tuve miedo de que fuera así. En lo que se refiere a la Piedra,
fue destruida.
—¿Destruida? —dijo Harry sin entender—. Pero su amigo... Nicolás
Flamel...
—¡Oh, sabes lo de Nicolás! —dijo contento Dumbledore—. Hiciste bien los
deberes, ¿no es cierto? Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y
estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.
—Pero eso significa que él y su mujer van a morir, ¿no?
—Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus asuntos en orden y
luego, sí, van a morir.
Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto que se veía en el
rostro de Harry.
—Para alguien tan joven como tú, estoy seguro de que parecerá increíble,
pero para Nicolás y Perenela será realmente como irse a la cama, después de
un día muy, muy largo. Después de todo, para una mente bien organizada, la
muerte no es más que la siguiente gran aventura. Sabes, la Piedra no era
realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el dinero y la vida que uno pueda desear!
Las dos cosas que la mayor parte de los seres humanos elegirían... El
problema es que los humanos tienen el don de elegir precisamente las cosas
que son peores para ellos.
Harry yacía allí, sin saber qué decir. Dumbledore canturreó durante un
minuto y después sonrió hacia el techo.
—¿Señor? —dijo Harry—. Estuve pensando... Señor, aunque la Piedra ya
no esté, Vol... quiero decir Quién-usted-sabe...
—Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el nombre correcto de las
cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.
—Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de nuevo, ¿no? Quiero
decir... No se ha ido, ¿verdad?
—No, Harry, no se ha ido. Está por ahí, en algún lugar, tal vez buscando
otro cuerpo para compartir... Como no está realmente vivo, no se le puede
matar. Él dejó morir a Quirrell, muestra tan poca misericordia con sus
seguidores como con sus enemigos. De todos modos, Harry, tú tal vez has retrasado
su regreso al poder. La próxima vez hará falta algún otro preparado
para luchar y, si lo detienen otra vez y otra vez, bueno, puede ser que nunca
vuelva al poder.
Harry asintió, pero se detuvo rápidamente, porque eso hacía que le doliera
más la cabeza. Luego dijo:
—Señor, hay algunas cosas más que me gustaría saber, si me las puede
decir... cosas sobre las que quiero saber la verdad...
—La verdad —Dumbledore suspiró—. Es una cosa terrible y hermosa, y
por lo tanto debe ser tratada con gran cuidado. Sin embargo, contestaré tus
preguntas a menos que tenga una muy buena razón para no hacerlo. Y en ese
caso te pido que me perdones. Por supuesto, no voy a mentirte.
—Bien... Voldemort dijo que sólo mató a mi madre porque ella trató de
evitar que me matara. Pero ¿por qué iba a querer matarme a mí en primer
lugar?
Aquella vez, Dumbledore suspiró profundamente.
—Vaya, la primera cosa que me preguntas y no puedo contestarte. No hoy.
No ahora. Lo sabrás, un día... Quítatelo de la cabeza por ahora, Harry. Cuando
seas mayor... ya sé que eso es odioso... bueno, cuando estés listo, lo sabrás.
Y Harry supo que no sería bueno discutir.
—¿Y por qué Quirrell no podía tocarme?
—Tu madre murió para salvarte. Si hay algo que Voldemort no puede
entender es el amor. No se dio cuenta de que un amor tan poderoso como el
de tu madre hacia ti deja marcas poderosas. No una cicatriz, no un signo
visible... Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos
amó no esté, nos deja para siempre una protección. Eso está en tu piel.
Quirrell, lleno de odio, codicia y ambición, compartiendo su alma con
Voldemort, no podía tocarte por esa razón. Era una agonía el tocar a una
persona marcada por algo tan bueno.
Entonces Dumbledore se mostró muy interesado en un pájaro que estaba
cerca de la cortina, lo que le dio tiempo a Harry para secarse los ojos con la
sábana. Cuando pudo hablar de nuevo, Harry dijo:
—¿Y la capa invisible... sabe quién me la mandó?
—Ah... Resulta que tu padre me la había dejado y pensé que te gustaría
tenerla. —Los ojos de Dumbledore brillaron—. Cosas útiles... Tu padre la
utilizaba sobre todo para robar comida en la cocina, cuando estaba aquí.
—Y hay algo más...
—Dispara.
—Quirrell dijo que Snape...
—El profesor Snape, Harry
—Sí, él... Quirrell dijo que me odia, porque odiaba a mi padre. ¿Es verdad?
—Bueno, ellos se detestaban uno al otro. Como tú y el señor Malfoy. Y
entonces, tu padre hizo algo que Snape nunca pudo perdonarle.
—¿Qué?
—Le salvó la vida.
—¿Qué?
—Sí... —dijo Dumbledore, con aire soñador—. Es curiosa la forma en que
funciona la mente de la gente, ¿no es cierto? El profesor Snape no podía
soportar estar en deuda con tu padre... Creo que se esforzó tanto para
protegerte este año porque sentía que así estaría en paz con él. Así podría
seguir odiando la memoria de tu padre, en paz...
Harry trató de entenderlo, pero le hacía doler la cabeza, así que lo dejó.
—Y señor, hay una cosa más...
—¿Sólo una?
—¿Cómo pude hacer que la Piedra saliera del espejo?
—Ah, bueno, me alegro de que me preguntes eso. Fue una de mis más
brillantes ideas y, entre tú y yo, eso es decir mucho. Sabes, sólo alguien que
quisiera encontrar la Piedra, encontrarla, pero no utilizarla, sería capaz de
conseguirla. De otra forma, se verían haciendo oro o bebiendo el Elixir de la
Vida. Mi mente me sorprende hasta a mí mismo... Bueno, suficientes
preguntas. Te sugiero que comiences a comer esas golosinas. Ah, las grageas
de todos los sabores. En mi juventud tuve la mala suerte de encontrar una con
gusto a vómito y, desde entonces, me temo que dejaron de gustarme. Pero
creo que no tendré problema con esta bonita gragea, ¿no te parece?
Sonrió y se metió en la boca una gragea de color dorado. Luego se
atragantó y dijo:
—¡Ay de mí! ¡Cera del oído!
La señora Pomfrey era una mujer buena, pero muy estricta.
—Sólo cinco minutos —suplicó Harry
—Ni hablar.
—Usted dejó entrar al profesor Dumbledore...
—Bueno, por supuesto, es el director, es muy diferente. Necesitas
descansar.
—Estoy descansando, mire, acostado y todo lo demás. Oh, vamos, señora
Pomfrey..
—Oh, está bien —dijo—. Pero sólo cinco minutos.
Y dejó entrar a Ron y Hermione.
—¡Harry!
Hermione parecía lista para lanzarse en sus brazos, pero Harry se alegró
de que se contuviera, porque le dolía la cabeza.
—Oh, Harry; estábamos seguros de que te... Dumbledore estaba tan
preocupado...
—Todo el colegio habla de ello —dijo Ron—. ¿Qué es lo que realmente
pasó?
Fue una de esas raras ocasiones en que la verdadera historia era aún más
extraña y apasionante que los más extraños rumores. Harry les contó todo:
Quirrell, el espejo, la Piedra y Voldemort. Ron y Hermione eran muy buen
público, jadeaban en los momentos apropiados y, cuando Harry les dijo lo que
había debajo del turbante de Quirrell, Hermione gritó muy fuerte.
—¿Entonces la Piedra no existe? —dijo por ultimo Ron—. ¿Flamel morirá?
—Eso es lo que yo dije, pero Dumbledore piensa que... ¿cómo era? Ah, sí:
«Para las mentes bien organizadas, la muerte es la siguiente gran aventura».
—Siempre dije que era un chiflado —dijo Ron, muy impresionado por lo
loco que estaba su héroe.
—¿Y qué os pasó a vosotros dos? —preguntó Harry.
—Bueno, yo volví —dijo Hermione—, desperté a Ron (tardé un rato largo)
y, cuando íbamos a la lechucería para comunicarnos con Dumbledore, lo
encontramos en el vestíbulo de entrada, y él ya lo sabía, porque nos dijo:
«Harry se fue a buscarlo, ¿no?», y subió al tercer piso.
—¿Crees que él quería que lo hicieras? —dijo Ron—. ¿Enviándote la capa
de tu padre y todo eso?
—Bueno —estalló Hermione—. Si lo hizo... eso es terrible... te podían
haber matado.
—No, no fue así —dijo Harry con aire pensativo—. Dumbledore es un
hombre muy especial. Yo creo que quería darme una oportunidad. Creo que él
sabe, más o menos, todo lo que sucede aquí. Acepto que debía de saber lo
que íbamos a intentar y, en lugar de detenernos, nos enseñó lo suficiente para
ayudarnos. No creo que fuera por accidente que me dejó encontrar el espejo y
ver cómo funcionaba. Es casi como si él pensara que yo tenía derecho a
enfrentarme a Voldemort, si podía...
—Bueno, sí, está bien —dijo Ron—. Escucha, debes estar levantado para
mañana, es la fiesta de fin de curso. Ya están todos los puntos y Slytherin
ganó, por supuesto. Te perdiste el último partido de quidditch. Sin ti, nos ganó
Ravenclaw, pero la comida será buena.
En aquel momento, entró la señora Pomfrey
—Ya habéis estado quince minutos, ahora FUERA—dijo con severidad.
Después de una buena noche de sueño, Harry se sintió casi bien.
—Quiero ir a la fiesta —dijo a la señora Pomfrey, mientras ella le ordenaba
todas las cajas de golosinas—. Podré ir, ¿verdad?
—El profesor Dumbledore dice que tienes permiso para ir —dijo con
desdén, como si considerara que el profesor Dumbledore no se daba cuenta de
lo peligrosas que eran las fiestas—. Y tienes otra visita.
—Oh, bien —dijo Harry—. ¿Quién es?
Mientras hablaba, entró Hagrid. Como siempre que estaba dentro de un
lugar, Hagrid parecía demasiado grande. Se sentó cerca de Harry, lo miró y se
puso a llorar.
—¡Todo... fue... por mi maldita culpa! —gimió, con la cara entre las
manos—. Yo le dije al malvado cómo pasar ante Fluffy. ¡Se lo dije! ¡Podías
haber muerto! ¡Todo por un huevo de dragón! ¡Nunca volveré a beber!
¡Deberían echarme y obligarme a vivir como un muggle!
—¡Hagrid! —dijo Harry, impresionado al ver la pena y el remordimiento de
Hagrid, y las lágrimas que mojaban su barba—. Hagrid, lo habría descubierto
igual, estamos hablando de Voldemort, lo habría sabido igual aunque no le dijeras
nada.
—¡Podrías haber muerto! —sollozó Hagrid—. ¡Y no digas ese nombre!
—¡VOLDEMORT! —gritó Harry, y Hagrid se impresionó tanto que dejó de
llorar—. Me encontré con él y lo llamo por su nombre. Por favor, alégrate,
Hagrid, salvamos la Piedra, ya no está, no la podrá usar. Toma una rana de
chocolate, tengo muchísimas...
Hagrid se secó la nariz con el dorso de la mano y dijo:
—Eso me hace recordar... Te he traído un regalo.
—No será un bocadillo de comadreja, ¿verdad? —dijo preocupado Harry, y
finalmente Hagrid se rió.
—No. Dumbledore me dio libre el día de ayer para hacerlo. Por supuesto
tendría que haberme echado... Bueno, aquí tienes...
Parecía un libro con una hermosa cubierta de cuero. Harry lo abrió con
curiosidad... Estaba lleno de fotos mágicas. Sonriéndole y saludándolo desde
cada página, estaban su madre y su padre...
—Envié lechuzas a todos los compañeros de colegio de tus padres,
pidiéndoles fotos... Sabía que tú no tenías... ¿Te gusta?
Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.
Harry bajó solo a la fiesta de fin de curso de aquella noche. Lo había ayudado a
levantarse la señora Pomfrey, insistiendo en examinarlo una vez más, así que,
cuando llegó, el Gran Comedor ya estaba lleno. Estaba decorado con los
colores de Slytherin, verde y plata, para celebrar el triunfo de aquella casa al
ganar la copa durante siete años seguidos. Un gran estandarte, que cubría la
pared detrás de la Mesa Alta, mostraba la serpiente de Slytherin.
Cuando Harry entró se produjo un súbito murmullo y todos comenzaron a
hablar al mismo tiempo. Se deslizó en una silla, entre Ron y Hermione, en la
mesa de Gryffindor, y trató de hacer caso omiso del hecho de que todos se
ponían de pie para mirarlo.
Por suerte, Dumbledore llegó unos momentos después. Las
conversaciones cesaron.
—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiaros
con la charla de un viejo, antes de que podáis empezar con los deliciosos
manjares. ¡Qué año hemos tenido! Esperamos que vuestras cabezas estén un
poquito más llenas que cuando llegasteis... Ahora tenéis todo el verano para
dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año... Bien, tengo
entendido que hay que entregar la copa de la casa y los puntos ganados son:
en cuarto lugar, Gryffindor, con trescientos doce puntos; en tercer lugar,
Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; Ravenclaw tiene cuatrocientos
veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos setenta y dos.
Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa de Slytherin. Harry
pudo ver a Draco Malfoy golpeando la mesa con su copa. Era una visión
repugnante.
—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —dijo Dumbledore—. Sin embargo, los
acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.
Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los Slytherin se apagaron
un poco.
—Así que —dijo Dumbledore— tengo algunos puntos de última hora para
agregar. Dejadme ver. Sí... Primero, para el señor Ronald Weasley...
Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con insolación.
—... por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en
muchos años, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Las hurras de Gryffindor llegaron hasta el techo encantado, y las estrellas
parecieron estremecerse. Se oyó que Percy le decía a los otros prefectos: «Es
mi hermano, ¿sabéis? ¡Mi hermano menor! ¡Consiguió pasar en el juego de
ajedrez gigante de McGonagall!».
Por fin se hizo el silencio otra vez.
—Segundo... a la señorita Hermione Granger... por el uso de la fría lógica
al enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Hermione enterró la cara entre los brazos. Harry tuvo la casi seguridad de
que estaba llorando. Los cambios en la tabla de puntuaciones pasaban ante
ellos: Gryffindor estaba cien puntos más arriba.
—Tercero... al señor Harry Potter... —continuó Dumbledore. La sala estaba
mortalmente silenciosa—... por todo su temple y sobresaliente valor, premio a
la casa Gryffindor con sesenta puntos.
El estrépito fue total. Los que pudieron sumar, además de gritar y aplaudir,
se dieron cuenta de que Gryffindor tenía los mismos puntos que Slytherin,
cuatrocientos setenta y dos. Si Dumbledore le hubiera dado un punto más a
Harry... Pero así no llegaban a ganar.
Dumbledore levantó el brazo. La sala fue recuperando la calma.
—Hay muchos tipos de valentía —dijo sonriendo Dumbledore—. Hay que
tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el
mismo valor para hacerlo con los amigos. Por lo tanto, premio con diez puntos
al señor Neville Longbottom.
Alguien que hubiera estado en la puerta del Gran Comedor habría creído
que se había producido una explosión, tan fuertes eran los gritos que salieron
de la mesa de Gryffindor. Harry, Ron y Hermione se pusieron de pie y
vitorearon a Neville, que, blanco de la impresión, desapareció bajo la gente que
lo abrazaba. Nunca había ganado más de un punto para Gryffindor. Harry, sin
dejar de vitorear, dio un codazo a Ron y señaló a Malfoy, que no podía haber
estado más atónito y horrorizado si le hubieran echado el maleficio de la
Inmovilidad Total.
—Lo que significa —gritó Dumbledore sobre la salva de aplausos, porque
Ravenclaw y Hufflepuff estaban celebrando la derrota de Slytherin—, que hay
que hacer un cambio en la decoración.
Dio una palmada. En un instante, los adornos verdes se volvieron
escarlata; los de plata, dorados, y la gran serpiente se desvaneció para dar
paso al león de Gryffindor. Snape estrechaba la mano de la profesora
McGonagall, con una horrible sonrisa forzada en su cara. Captó la mirada de
Harry y el muchacho supo de inmediato que los sentimientos de Snape hacia él
no habían cambiado en absoluto. Aquello no lo preocupaba. Parecía que la
vida iba a volver a la normalidad en el año próximo, o a la normalidad típica de
Hogwarts.
Aquélla fue la mejor noche de la vida de Harry, mejor que ganar un partido
de quidditch, o que la Navidad, o que hacer que se desmayara el monstruo
gigante... Nunca, jamás, olvidaría aquella noche.
Harry casi no recordaba ya que tenían que recibir los resultados de los
exámenes, pero éstos llegaron. Para su gran sorpresa, tanto él como Ron
pasaron con buenas notas. Hermione, por supuesto, fue la mejor del año.
Hasta Neville pasó a duras penas, pues sus buenas notas en Herbología
compensaron los desastres en Pociones. Ellos confiaban en que suspendieran
a Goyle, que era casi tan estúpido como malo, pero él también aprobó. Era una
lástima, pero como dijo Ron, no se puede tener todo en la vida.
Y de pronto, sus armarios se vaciaron, sus equipajes estuvieron listos, el
sapo de Neville apareció en un rincón del cuarto de baño... Todos los alumnos
recibieron notas en las que los prevenían para que no utilizaran la magia
durante las vacaciones («Siempre espero que se olviden de darnos esas
notas», dijo con tristeza Fred Weasley). Hagrid estaba allí para llevarlos en los
botes que cruzaban el lago. Subieron al expreso de Hogwarts, charlando y
riendo, mientras el paisaje campestre se volvía más verde y menos agreste.
Comieron las grageas de todos los sabores, pasaron a toda velocidad por las
ciudades de los muggles, se quitaron la ropa de magos y se pusieron camisas
y abrigos... Y bajaron en el andén nueve y tres cuartos de la estación King
Cross.
Tardaron un poco en salir del andén. Un viejo y enjuto guarda estaba al
otro lado de la taquilla, dejándolos pasar de dos en dos o de tres en tres, para
que no llamaran la atención saliendo de golpe de una pared sólida, pues
alarmarían a los muggles.
—Tenéis que venir y pasar el verano conmigo —dijo Ron—, los dos. Os
enviaré una lechuza.
—Gracias —dijo Harry—. Voy a necesitar alguna perspectiva agradable.
La gente los empujaba mientras se movían hacia la estación, volviendo al
mundo muggle. Algunos le decían.
—¡Adiós, Harry!
—¡Nos vemos, Potter!
—Sigues siendo famoso —dijo Ron, con sonrisa burlona.
—No allí adonde voy, eso te lo aseguro —respondió Harry.
Él, Ron y Hermione pasaron juntos a la estación.
—¡Allí está él, mamá, allí está, míralo!
Era Ginny Weasley, la hermanita de Ron, pero no señalaba a su hermano.
—¡Harry Potter! —chilló—. ¡Mira, mamá! Puedo ver...
—Tranquila, Ginny. Es de mala educación señalar con el dedo.
La señora Weasley les sonrió.
—¿Un año movido? —les preguntó.
—Mucho —dijo Harry—. Muchas gracias por el jersey y el pastel, señora
Weasley
—Oh, no fue nada.
—¿Ya estás listo?
Era tío Vernon, todavía con el rostro púrpura, todavía con bigotes y todavía
con aire furioso ante la audacia de Harry, llevando una lechuza en una jaula, en
una estación llena de gente común. Detrás, estaban tía Petunia y Dudley, con
aire aterrorizado ante la sola presencia de Harry
—¡Usted debe de ser de la familia de Harry! —dijo la señora Weasley
—Por decirlo así —dijo tío Vernon—. Date prisa, muchacho, no tenemos
todo el día. —Dio la vuelta para ir hacia la puerta.
Harry esperó para despedirse de Ron y Hermione.
—Nos veremos durante el verano, entonces.
—Espero que... que tengas unas buenas vacaciones —dijo Hermione,
mirando insegura a tío Vernon, impresionada de que alguien pudiera ser tan
desagradable.
—Oh, lo serán —dijo Harry, y sus amigos vieron, con sorpresa, la sonrisa
burlona que se extendía por su cara—. Ellos no saben que no nos permiten
utilizar magia en casa. Voy a divertirme mucho este verano con Dudley..
Harry Potter y la piedra filosofal
sábado, 26 de agosto de 2017
Capitulo 16. A través de la trampilla
En años venideros, Harry nunca pudo recordar cómo se las había arreglado
para hacer sus exámenes, cuando una parte de él esperaba que Voldemort
entrara por la puerta en cualquier momento. Sin embargo, los días pasaban y
no había dudas de que Fluffy seguía bien y con vida, detrás de la puerta
cerrada.
Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban
por escrito. Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido
hechizadas con un encantamiento antitrampa.
También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a
uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del
escritorio. La profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón
en una caja de rapé. Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si
tenían bigotes. Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas
mientras trataban de recordar cómo hacer una poción para olvidar.
Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de las
punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la noche
que había estado en el bosque. Neville pensaba que Harry era un caso grave
de nerviosismo, porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que
Harry se despertaba por culpa de su vieja pesadilla, que se había vuelto peor,
porque la figura encapuchada aparecía chorreando sangre.
Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o
porque no tenían cicatrices ardientes en la frente, Ron y Hermione no parecían
tan preocupados por la Piedra como Harry. La idea de Voldemort los
atemorizaba, desde luego, pero no los visitaba en sueños y estaban tan
ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquietarse por lo que
Snape o algún otro estuvieran tramando.
El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo
preguntas sobre viejos magos chiflados que habían inventado calderos que
revolvían su contenido, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa
semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes. Cuando el
fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plumas y enrollaran sus
pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.
—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo Hermione, cuando
se reunieron con los demás en el parque soleado—. No necesitaba haber
estudiado el Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o el
levantamiento de Elfrico el Vehemente.
A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los exámenes, pero Ron
dijo que iba a ponerse malo, así que se fueron hacia el lago y se dejaron caer
bajo un árbol. Los gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban a pinchar los
tentáculos de un calamar gigante que tomaba el sol en la orilla.
—Basta de repasos —suspiró aliviado Ron, estirándose en la hierba—.
Puedes alegrarte un poco, Harry, aún falta una semana para que sepamos lo
mal que nos fue, no hace falta preocuparse ahora.
Harry se frotaba la frente.
—¡Me gustaría saber qué significa esto! —estalló enfadado—. Mi cicatriz
sigue doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto tiempo seguido
como ahora.
—Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.
—No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un aviso... significa que se
acerca el peligro...
Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.
—Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra está segura mientras
Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido pruebas de que
Snape encontrara la forma de burlar a Fluffy. Casi le arrancó la pierna una vez,
no va a intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al quidditch en el equipo de
Inglaterra antes de que Hagrid traicione a Dum bledore.
Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se había
olvidado de hacer algo, algo importante. Cuando trató de explicarlo, Hermione
dijo:
—Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y estuve a punto de
mirar mis apuntes de Transformación, cuando me acordé de que ya habíamos
hecho ese examen.
Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación inquietante nada tenía
que ver con los exámenes. Vio una lechuza que volaba hacia el colegio, por el
brillante cielo azul, con una nota en el pico. Hagrid era el único que le había
enviado cartas. Hagrid nunca traicionaría a Dumbledore. Hagrid nunca le diría a
nadie cómo pasar ante Fluffy... nunca... Pero...
Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.
—¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.
—Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había puesto pálido—.
Tenemos que ir a ver a Hagrid ahora.
—¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.
—¿No os parece un poco raro —dijo Harry, subiendo por la colina cubierta
de hierba— que lo que más deseara Hagrid fuera un dragón, y que de pronto
aparezca un desconocido que casualmente tiene un huevo en el bolsillo?
¿Cuánta gente anda por ahí con huevos de dragón, que están prohibidos por
las leyes de los magos? Qué suerte tuvo al encontrar a Hagrid, ¿verdad? ¿Por
qué no se me ocurrió antes?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ron, pero Harry echó a correr por
los terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.
Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los pantalones y
las mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran
recipiente.
—Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los exámenes? ¿Tenéis
tiempo para beber algo?
—Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo interrumpió.
—No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que preguntarte algo ¿Te
acuerdas de la noche en que ganaste a Norberto? ¿Cómo era el desconocido
con el que jugaste a las cartas?
—No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No se quitó la capa.
Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y levantó las cejas.
—No es tan inusual, hay mucha gente rara en el Cabeza de Puerco, el bar
de la aldea. Podría ser un traficante de dragones, ¿no? No llegué a verle la
cara porque no se quitó la capucha.
Harry se dejó caer cerca del recipiente de los guisantes.
—¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste Hogwarts?
—Puede ser —dijo Hagrid, con rostro ceñudo, tratando de recordar—. Sí...
Me preguntó qué hacía y le dije que era guardabosques aquí... Me preguntó de
qué tipo de animales me ocupaba... se lo expliqué... y le conté que siempre
había querido tener un dragón... y luego... no puedo recordarlo bien, porque me
invitó a muchas copas. Déjame ver... ah sí, me dijo que tenía el huevo de
dragón y que podía jugarlo a las cartas si yo quería... pero que tenía que estar
seguro de que iba a poder con él, no quería dejarlo en cualquier lado... Así que
le dije que, después de Fluffy, un dragón era algo fácil.
—¿Y él... pareció interesado en Fluffy? —preguntó Harry, tratando de
conservar la calma.
—Bueno... sí... es normal. ¿Cuántos perros con tres cabezas has visto?
Entonces le dije que Fluffy era buenísimo si uno sabía calmarlo: tocando
música se dormía en seguida...
De pronto Hagrid pareció horrorizado.
—¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo dije! Eh... ¿adónde vais?
Harry, Ron y Hermione no se hablaron hasta llegar al vestíbulo de entrada,
que parecía frío y sombrío, después de haber estado en el parque.
—Tenemos que ir a ver a Dumbledore —dijo Harry—. Hagrid le dijo al
desconocido cómo pasar ante Fluffy, y sólo podía ser Snape o Voldemort,
debajo de la capa... No fue difícil, después de emborrachar a Hagrid. Sólo
espero que Dum bledore nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no lo detiene.
¿Dónde está el despacho de Dumbledore?
Miraron alrededor, como si esperaran que alguna señal se lo indicara.
Nunca les habían dicho dónde vivía Dumbledore, ni conocían a nadie a quien
hubieran enviado a verlo.
—Tendremos que... —empezó a decir Harry pero súbitamente una voz
cruzó el vestíbulo.
—¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?
Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos libros.
—Queremos ver al profesor Dumbledore —dijo Hermione con valentía,
según les pareció a Ron y Harry.
—¿Ver al profesor Dumbledore? —repitió la profesora, como si pensara
que era algo inverosímil—. ¿Por qué?
Harry tragó: «¿Y ahora qué?».
—Es algo secreto —dijo, pero de inmediato deseó no haberlo hecho,
porque la profesora McGonagall se enfadó.
—El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos —dijo con frialdad—.
Recibió una lechuza urgente del ministro de Magia y salió volando para
Londres de inmediato.
—¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—. ¿Ahora?
—El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y tiene muchos
compromisos...
—Pero esto es importante.
—¿Algo que tú tienes que decir es más importante que el ministro de
Magia, Potter?
—Mire —dijo Harry dejando de lado toda precaución—, profesora, se trata
de la Piedra Filosofal...
Fue evidente que la profesora McGonagall no esperaba aquello. Los libros
que llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó en recogerlos.
—¿Cómo es que sabes...? —farfulló.
—Profesora, creo... sé... que Sna... que alguien va a tratar de robar la
Piedra. Tengo que hablar con el profesor Dum bledore.
La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.
—El profesor Dumbledore regresará mañana —dijo finalmente—. No sé
cómo habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos tranquilos. Nadie puede
robarla, está demasiado bien protegida.
—Pero profesora...
—Harry sé de lo que estoy hablando —dijo en tono cortante. Se inclinó y
recogió sus libros—. Os sugiero que salgáis y disfrutéis del sol.
Pero no lo hicieron.
—Será esta noche —dijo Harry una vez que se aseguraron de que la
profesora McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la trampilla esta
noche. Ya ha descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha conseguido
quitar de en medio a Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el ministro de
Magia tendrá una verdadera sorpresa cuando aparezca Dumbledore.
—Pero ¿qué podemos...?
Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron.
Snape estaba allí.
—Buenas tardes —dijo amablemente. Lo miraron sin decir nada.
—No deberíais estar dentro en un día así —dijo con una rara sonrisa
torcida.
—Nosotros... —comenzó Harry, sin idea de lo que diría.
—Debéis ser más cuidadosos —dijo Snape—. Si os ven andando por aquí,
pueden pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor no puede
perder más puntos, ¿no es cierto?
Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para irse, pero Snape los llamó.
—Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y yo personalmente me
encargaré de que te expulsen. Que pases un buen día.
Se alejó en dirección a la sala de profesores.
Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se volvió hacia sus amigos.
—Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró con prisa—. Uno de
nosotros tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala de profesores y
seguirlo si sale. Hermione, mejor que eso lo hagas tú.
—¿Por qué yo?
—Es obvio —intervino Ron—. Puedes fingir que estás esperando al
profesor Flitwick, ya sabes cómo —la imitó con voz aguda—: «Oh, profesor
Flitwick, estoy tan preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce b...».
—Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo en ir a vigilar a
Snape.
—Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer piso —dijo Harry a Ron—.
Vamos.
Pero aquella parte del plan no funcionó. Tan pronto como llegaron a la
puerta que separaba a Fluffy del resto del colegio, la profesora McGonagall
apareció otra vez, salvo que ya había perdido la paciencia.
—Supongo que creeréis que sois los mejores para vencer todos los
encantamientos —dijo con rabia—. ¡Ya son suficientes tonterías! Si me entero
de que habéis vuelto por aquí, os quitaré otros cincuenta puntos para
Gryffindor. ¡Sí, Weasley, de mi propia casa!
Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo cuando Harry acababa de
decir: «Al menos Hermione está detrás de Snape», el retrato de la Dama Gorda
se abrió y apareció la muchacha.
—¡Lo siento, Harry! —se quejó—. Snape apareció y me preguntó qué
estaba haciendo, así que le dije que esperaba al profesor Flitwick. Snape fue a
buscarlo, yo tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.
—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?
Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido y los ojos le brillaban.
—Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir la Piedra.
—¡Estás loco! —dijo Ron.
—¡No puedes! —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo que han dicho
Snape y McGonagall? ¡Te van a expulsar!
—¿Y qué? —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape consigue la
Piedra, es la vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómo eran las cosas
cuando él trataba de apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para
que nos expulsen! ¡Lo destruirá o lo convertirá en un colegio para las Artes
Oscuras! ¿No os dais cuenta de que perder puntos ya no importa? ¿Creéis que
él dejará que vosotros y vuestras familias estéis tranquilos, si Gryffindor gana la
copa de la casa? Si me atrapan antes de que consiga la Piedra, bueno, tendré
que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me encuentre allí. Será
sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca
me pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa trampilla, esta noche, y nada
de lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo recordáis?
Los miró con furia.
—Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.
—Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es una suerte haberla
recuperado.
—Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.
—¿A... nosotros tres?
—Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir solo?
—Por supuesto que no —dijo Hermione con voz enérgica—. ¿Cómo crees
que vas a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor que vaya a buscar en
mis libros, tiene que haber algo que nos sirva...
—Pero si nos atrapan, también os expulsarán a vosotros.
—No, si yo puedo evitarlo —dijo Hermione con severidad—. Flitwick me
dijo en secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a
expulsar después de eso.
Tras la cena, los tres se sentaron en la sala común, lejos de todos. Nadie los
molestó: después de todo, ninguno de los de Gryffindor hablaba con Harry,
pero ésa fue la primera noche que no le importó. Hermione revisaba sus
apuntes, confiando en encontrar algunos de los encantamientos que deberían
conjurar. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar.
—Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuró Ron, mientras Lee
Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por las
escaleras hasta su dormitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su mirada se fijó
en la flauta que Hagrid le había regalado para Navidad. La guardó para
utilizarla con Fluffy: no tenía muchas ganas de cantar...
Regresó a la sala común.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos
cubra a los tres... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por
ahí...
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Neville apareció
detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro
viaje a la libertad.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la
espalda.
Neville observó sus caras de culpabilidad.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos nada. ¿Por qué no te
vas a la cama, Neville?
Harry miró al reloj de pie que había al lado de la puerta. No podían perder
más tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.
—No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a atrapar. Gryffindor
tendrá más problemas.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.
Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.
—No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse frente al agujero del
retrato—. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas idiota!
—¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me parece bien que sigáis
faltando a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la gente!
—Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes lo que
estás haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Trevor, que
desapareció de la vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville, levantando los puños—.
¡Estoy listo!
Harry se volvió hacia Hermione.
—Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto.
Levantó la varita.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus piernas se juntaron.
Todo el cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo, rígido
como un tronco.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la mandíbula rígida y no
podía hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándolos horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurró Harry.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustiada—. Oh, Neville, lo
siento tanto...
—Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron, mientras se alejaban para
cubrirse con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio. En
aquel estado de nervios, cada sombra de una estatua les parecía que era Filch,
y cada silbido lejano del viento les parecía Peeves que los perseguía.
Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora Norris.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmuró Ron en el oído
de Harry, que negó con la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la
gata, ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.
No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que iba
al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra
para que la gente tropezara.
—¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subían hacia él.
Entornó sus malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda
veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?
Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.
Harry tuvo súbitamente una idea.
—Peeves —dijo en un ronco susurró—, el Barón Sanguinario tiene sus
propias razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó
a unos centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—. Fue por
mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es
invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Manténte lejos de este
lugar esta noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose
otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de
boca, yo no lo molestaré.
Y desapareció.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer piso.
La puerta ya estaba entreabierta.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado ante
Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo que
tenían que enfrentarse. Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros
dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—. Podéis llevaros la
capa, no la voy a necesitar.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta.
Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro
olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.
—Debe despertarse en el momento en que se deja de tocar —dijo Harry—.
Bueno, empecemos...
Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló. No era exactamente una
melodía, pero desde la primera nota los ojos de la bestia comenzaron a
cerrarse. Harry casi ni respiraba. Poco a poco, los gruñidos se fueron
apagando, se balanceó, cayó de rodillas y luego se derrumbó en el suelo,
profundamente dormido.
—Sigue tocando —advirtió Ron a Harry, mientras salía de la capa y se
arrastraba hasta la trampilla. Podía sentir la respiración caliente y olorosa del
perro, mientras se aproximaba a las gigantescas cabezas.
—Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron, espiando por encima del
lomo del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—¡No, no quiero!
—Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con cuidado sobre las
patas del perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se levantó y
abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer.
Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto para llamar la atención
de Ron y se señaló a sí mismo.
—¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro? —dijo Ron—. No sé cómo es de
profundo ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda seguir
haciéndolo dormir.
Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de silencio, el perro gruñó y
se estiró, pero en cuanto Hermione comenzó a tocar volvió a su sueño
profundo.
Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el fondo.
Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de los dedos. Miró a Ron
y dijo:
—Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la lechucería y enviad a
Hedwig a Dumbledore. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Ron.
—Nos veremos en un minuto, espero...
Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía, caía y..
¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y extraño. Se incorporó
y miró alrededor, con ojos desacostum brados a la penumbra. Parecía que
estaba sentado sobre una especie de planta.
—¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un sello, que era
la abertura de la trampilla—. ¡Fue un aterrizaje suave, puedes saltar!
Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry
—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.
—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para detener la
caída. ¡Vamos, Hermione!
La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido, pero Hermione ya
había saltado. Cayó al otro lado de Harry.
—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.
—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.
—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!
Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar
porque, en el momento en que cayó, la planta comenzó a extenderse como una
serpiente para sujetarle los tobillos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las
piernas totalmente cubiertas, sin que se hubieran dado cuenta.
Hermione pudo liberarse antes de que la planta la atrapara. En aquel
momento miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la
planta de encima, pero mientras más luchaban, la planta los envolvía con más
rapidez.
—¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto. ¡Es Lazo
del Diablo!
—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda —
gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.
—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo Hermione.
—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó Harry, mientras la planta
le oprimía el pecho.
—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo el profesor Sprout?... Le
gusta la oscuridad y la humedad...
—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.
—Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione,
retorciéndose las manos.
—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O
NO?
—¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo y envió
a la planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape. En
segundos, los dos muchachos sintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras
la planta se retiraba a causa de la luz y el calor. Retorciéndose y alejándose, se
desprendió de sus cuerpos y pudieron moverse.
—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione —dijo
Harry, mientras se acercaba a la pared, secándose el sudor de la cara.
—Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en las
crisis. Porque eso de «no tengo madera»... francamente...
—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de piedra que era el único
camino.
Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el goteo del agua en
las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts.
Con un desagradable sobresalto, recordó a los dragones que decían que
custodiaban las cámaras, en el banco de los magos. Si encontraban un dragón,
un dragón más grande... Con Norberto ya habían tenido suficiente...
—¿Oyes algo? —susurró Ron.
Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder de
delante.
—¿Crees que será un fantasma?
—No lo sé... a mí me parecen alas.
Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación
brillantemente iluminada, con el techo curvándose sobre ellos. Estaba llena de
pajaritos brillantes que volaban por toda la habitación. En el lado opuesto,
había una pesada puerta de madera.
—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó Ron.
—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy malos, pero supongo
que si se tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.
Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó corriendo
la habitación. Esperaba sentir picos agudos y garras desgarrando su cuerpo,
pero no sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la manija,
pero estaba cerrada con llave.
Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se movía,
ni siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.
—Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo Hermione.
Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando...
¿Brillando?
—¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves aladas,
mirad bien. Entonces eso debe significar... —Miró alrededor de la habitación,
mientras los otros observaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí.
¡Escobas! ¡Tenemos que conseguir la llave de la puerta!
—¡Pero hay cientos de llaves!
Ron examinó la cerradura de la puerta.
—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de plata, probablemente,
como la manija.
Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire,
remontándose entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves
hechizadas se movían tan rápidamente que era casi imposible sujetarlas.
Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un don
especial para detectar cosas que la otra gente no veía. Después de unos
minutos moviéndose entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó
una gran llave de plata, con un ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la
hubieran introducido con brusquedad en la cerradura.
—¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no, ahí... Con alas azul
brillante... las plumas están aplastadas por un lado.
Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el techo y
casi se cae de la escoba.
—¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar los ojos de la llave con
el ala estropeada—. Ron, ven desde arriba, Hermione, quédate abajo y no la
dejes descender. Yo trataré de atraparla. Bien: ¡AHORA!
Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los esquivó a
ambos, y Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry
se inclinó hacia delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la
piedra con una sola mano. Los vivas de Ron y Hermione retumbaron por la
habitación.
Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave
retorciéndose en su mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta...
Funcionaba. En el momento en que se abrió la cerradura, la llave salió volando
otra vez, con aspecto de derrotada, pues ya la habían atrapado dos veces.
—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la manija de
la puerta. Asintieron. Abrió la puerta.
La habitación siguiente estaba tan oscura que no pudieron ver nada. Pero
cuando estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el lugar, para revelar un
espectáculo asombroso.
Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas
negras, que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía
piedra. Frente a ellos, al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas.
Harry, Ron y Hermione se estremecieron: las piezas blancas no tenían rostros.
—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry
—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la
habitación.
Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.
—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser piezas.
Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para tocar el caballo. De
inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una patada en el suelo y el
caballero se levantó la visera del casco, para mirar a Ron.
—¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?
El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros dos.
—Esto hay que pensarlo... —dijo—. Supongo que tenemos que ocupar el
lugar de tres piezas negras.
Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba. Por fin
dijo:
—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en
ajedrez...
—No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—. Sim plemente dinos qué
tenemos que hacer.
—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Hermione, ponte en
lugar de esa torre, al lado de Harry.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo seré un caballo.
Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un
caballo, un alfil y una torre dieron la espalda a las piezas blancas y salieron del
tablero, dejando libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.
—Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez —dijo Ron, mirando al
otro lado del tablero—. Sí... mirad.
Un peón blanco se movió hacia delante.
Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían silenciosamente
cuando los mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?
—Harry... muévete en diagonal, cuatro casillas a la derecha.
La primera verdadera impresión llegó cuando el otro caballo fue capturado.
La reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera, donde se
quedó inmóvil, bocabajo.
—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja libre
para coger ese alfil. Vamos, Hermione.
Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no
mostraban compasión. Muy pronto, hubo un grupo de piezas negras
desplomadas a lo largo de la pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a
tiempo para salvar a Harry y Hermione del peligro. Él mismo jugó por todo el
tablero, atrapando casi tantas piezas blancas como las negras que habían
perdido.
—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme
pensar.
La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.
—Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar que me
cojan.
—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.
—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que hacer algunos
sacrificios! Yo daré un paso adelante y ella me cogerá... Eso te dejará libre
para hacer jaque mate al rey, Harry.
—Pero...
—¿Quieres detener a Snape o no?
—Ron...
—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!
No había nada que hacer.
—¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero decidido—. Allá voy, y
no os quedéis una vez que hayáis ganado.
Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con fuerza en
la cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo. Hermione
gritó, pero se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado.
Parecía desmayado.
Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la izquierda. El rey blanco
se quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las piezas
saludaron y se fueron, dejando libre la puerta. Con una última mirada de
desesperación hacia Ron, Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron
por el siguiente pasadizo.
—¿Y si él está...?
—Él estará bien —dijo Harry, tratando de convencerse a sí mismo—. ¿Qué
crees que nos queda?
—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber
hechizado las llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos
deja el hechizo de Quirrell y el de Snape...
Habían llegado a otra puerta.
—¿Todo bien? —susurró Harry.
—Adelante.
Harry empujó y abrió.
Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se taparan la nariz con la
túnica. Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo
frente a ellos, un trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y
con un bulto sangrante en la cabeza.
—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste —susurró Harry,
mientras pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no
puedo respirar.
Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que seguía...
Pero no había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de
diferente tamaño puestas en fila.
—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?
Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de ellos. No
era un fuego común, era púrpura. Al mismo tiempo, llamas negras se
encendieron delante. Estaban atrapados.
—¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de las
botellas. Harry miró por encima de su hombro para leerlo:
El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,
dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
una entre nosotras siete te dejará adelantarte,
otra llevará al que lo beba para atrás,
dos contienen sólo vino de ortiga,
tres son mortales, esperando escondidos en la fila.
Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,
para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre
encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres
moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni
el enano ni el gigante guardan la muerte en su interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son
gemelas una vez que las pruebes, aunque a primera vista sean
diferentes.
Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sorprendido, vio que
sonreía, lo último que había esperado que hiciera.
—Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es un
acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y
se quedarían aquí para siempre.
—Pero nosotros también, ¿no?
—Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos está
en este papel. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino, una nos llevará a
salvo a través del fuego negro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.
—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?
—Dame un minuto.
Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro de la
fila de botellas, murmurando y señalándolas. Al fin, se golpeó las manos.
—Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego negro, hacia
la Piedra.
Harry miró a la diminuta botella.
—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un trago.
Se miraron.
—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?
Hermione señaló una botella redonda del extremo derecho de la fila.
—Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge las
escobas del cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis salir por la
trampilla sin que os vea Fluffy. Id directamente a la lechucería y enviad a
Hedwig a Dumbledore, lo necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a
Snape, pero la verdad es que no puedo igualarlo.
—Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?
—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry, señalando su
cicatriz—. Puede ser que la tenga de nuevo.
Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y lo
abrazó.
—¡Hermione!
—Harry.. Eres un gran mago, ya lo sabes.
—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella lo
soltaba.
—¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho
más importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!
—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál, ¿no?
—Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de la
botellita redondeada y se estremeció.
—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhelante.
—No... pero parece hielo.
—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.
—Buena suerte... ten cuidado...
—¡VETE!
Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego púrpura.
Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las botellas. Se
enfrentó a las llamas negras.
—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.
Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia delante. Se
dio ánimo al ver que las llamas negras lamían su cuerpo pero no lo quemaban.
Durante un momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al
otro lado, en la última habitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.
para hacer sus exámenes, cuando una parte de él esperaba que Voldemort
entrara por la puerta en cualquier momento. Sin embargo, los días pasaban y
no había dudas de que Fluffy seguía bien y con vida, detrás de la puerta
cerrada.
Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban
por escrito. Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido
hechizadas con un encantamiento antitrampa.
También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a
uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del
escritorio. La profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón
en una caja de rapé. Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si
tenían bigotes. Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas
mientras trataban de recordar cómo hacer una poción para olvidar.
Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de las
punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la noche
que había estado en el bosque. Neville pensaba que Harry era un caso grave
de nerviosismo, porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que
Harry se despertaba por culpa de su vieja pesadilla, que se había vuelto peor,
porque la figura encapuchada aparecía chorreando sangre.
Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o
porque no tenían cicatrices ardientes en la frente, Ron y Hermione no parecían
tan preocupados por la Piedra como Harry. La idea de Voldemort los
atemorizaba, desde luego, pero no los visitaba en sueños y estaban tan
ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquietarse por lo que
Snape o algún otro estuvieran tramando.
El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo
preguntas sobre viejos magos chiflados que habían inventado calderos que
revolvían su contenido, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa
semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes. Cuando el
fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plumas y enrollaran sus
pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.
—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo Hermione, cuando
se reunieron con los demás en el parque soleado—. No necesitaba haber
estudiado el Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o el
levantamiento de Elfrico el Vehemente.
A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los exámenes, pero Ron
dijo que iba a ponerse malo, así que se fueron hacia el lago y se dejaron caer
bajo un árbol. Los gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban a pinchar los
tentáculos de un calamar gigante que tomaba el sol en la orilla.
—Basta de repasos —suspiró aliviado Ron, estirándose en la hierba—.
Puedes alegrarte un poco, Harry, aún falta una semana para que sepamos lo
mal que nos fue, no hace falta preocuparse ahora.
Harry se frotaba la frente.
—¡Me gustaría saber qué significa esto! —estalló enfadado—. Mi cicatriz
sigue doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto tiempo seguido
como ahora.
—Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.
—No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un aviso... significa que se
acerca el peligro...
Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.
—Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra está segura mientras
Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido pruebas de que
Snape encontrara la forma de burlar a Fluffy. Casi le arrancó la pierna una vez,
no va a intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al quidditch en el equipo de
Inglaterra antes de que Hagrid traicione a Dum bledore.
Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se había
olvidado de hacer algo, algo importante. Cuando trató de explicarlo, Hermione
dijo:
—Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y estuve a punto de
mirar mis apuntes de Transformación, cuando me acordé de que ya habíamos
hecho ese examen.
Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación inquietante nada tenía
que ver con los exámenes. Vio una lechuza que volaba hacia el colegio, por el
brillante cielo azul, con una nota en el pico. Hagrid era el único que le había
enviado cartas. Hagrid nunca traicionaría a Dumbledore. Hagrid nunca le diría a
nadie cómo pasar ante Fluffy... nunca... Pero...
Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.
—¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.
—Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había puesto pálido—.
Tenemos que ir a ver a Hagrid ahora.
—¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.
—¿No os parece un poco raro —dijo Harry, subiendo por la colina cubierta
de hierba— que lo que más deseara Hagrid fuera un dragón, y que de pronto
aparezca un desconocido que casualmente tiene un huevo en el bolsillo?
¿Cuánta gente anda por ahí con huevos de dragón, que están prohibidos por
las leyes de los magos? Qué suerte tuvo al encontrar a Hagrid, ¿verdad? ¿Por
qué no se me ocurrió antes?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ron, pero Harry echó a correr por
los terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.
Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los pantalones y
las mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran
recipiente.
—Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los exámenes? ¿Tenéis
tiempo para beber algo?
—Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo interrumpió.
—No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que preguntarte algo ¿Te
acuerdas de la noche en que ganaste a Norberto? ¿Cómo era el desconocido
con el que jugaste a las cartas?
—No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No se quitó la capa.
Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y levantó las cejas.
—No es tan inusual, hay mucha gente rara en el Cabeza de Puerco, el bar
de la aldea. Podría ser un traficante de dragones, ¿no? No llegué a verle la
cara porque no se quitó la capucha.
Harry se dejó caer cerca del recipiente de los guisantes.
—¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste Hogwarts?
—Puede ser —dijo Hagrid, con rostro ceñudo, tratando de recordar—. Sí...
Me preguntó qué hacía y le dije que era guardabosques aquí... Me preguntó de
qué tipo de animales me ocupaba... se lo expliqué... y le conté que siempre
había querido tener un dragón... y luego... no puedo recordarlo bien, porque me
invitó a muchas copas. Déjame ver... ah sí, me dijo que tenía el huevo de
dragón y que podía jugarlo a las cartas si yo quería... pero que tenía que estar
seguro de que iba a poder con él, no quería dejarlo en cualquier lado... Así que
le dije que, después de Fluffy, un dragón era algo fácil.
—¿Y él... pareció interesado en Fluffy? —preguntó Harry, tratando de
conservar la calma.
—Bueno... sí... es normal. ¿Cuántos perros con tres cabezas has visto?
Entonces le dije que Fluffy era buenísimo si uno sabía calmarlo: tocando
música se dormía en seguida...
De pronto Hagrid pareció horrorizado.
—¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo dije! Eh... ¿adónde vais?
Harry, Ron y Hermione no se hablaron hasta llegar al vestíbulo de entrada,
que parecía frío y sombrío, después de haber estado en el parque.
—Tenemos que ir a ver a Dumbledore —dijo Harry—. Hagrid le dijo al
desconocido cómo pasar ante Fluffy, y sólo podía ser Snape o Voldemort,
debajo de la capa... No fue difícil, después de emborrachar a Hagrid. Sólo
espero que Dum bledore nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no lo detiene.
¿Dónde está el despacho de Dumbledore?
Miraron alrededor, como si esperaran que alguna señal se lo indicara.
Nunca les habían dicho dónde vivía Dumbledore, ni conocían a nadie a quien
hubieran enviado a verlo.
—Tendremos que... —empezó a decir Harry pero súbitamente una voz
cruzó el vestíbulo.
—¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?
Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos libros.
—Queremos ver al profesor Dumbledore —dijo Hermione con valentía,
según les pareció a Ron y Harry.
—¿Ver al profesor Dumbledore? —repitió la profesora, como si pensara
que era algo inverosímil—. ¿Por qué?
Harry tragó: «¿Y ahora qué?».
—Es algo secreto —dijo, pero de inmediato deseó no haberlo hecho,
porque la profesora McGonagall se enfadó.
—El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos —dijo con frialdad—.
Recibió una lechuza urgente del ministro de Magia y salió volando para
Londres de inmediato.
—¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—. ¿Ahora?
—El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y tiene muchos
compromisos...
—Pero esto es importante.
—¿Algo que tú tienes que decir es más importante que el ministro de
Magia, Potter?
—Mire —dijo Harry dejando de lado toda precaución—, profesora, se trata
de la Piedra Filosofal...
Fue evidente que la profesora McGonagall no esperaba aquello. Los libros
que llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó en recogerlos.
—¿Cómo es que sabes...? —farfulló.
—Profesora, creo... sé... que Sna... que alguien va a tratar de robar la
Piedra. Tengo que hablar con el profesor Dum bledore.
La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.
—El profesor Dumbledore regresará mañana —dijo finalmente—. No sé
cómo habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos tranquilos. Nadie puede
robarla, está demasiado bien protegida.
—Pero profesora...
—Harry sé de lo que estoy hablando —dijo en tono cortante. Se inclinó y
recogió sus libros—. Os sugiero que salgáis y disfrutéis del sol.
Pero no lo hicieron.
—Será esta noche —dijo Harry una vez que se aseguraron de que la
profesora McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la trampilla esta
noche. Ya ha descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha conseguido
quitar de en medio a Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el ministro de
Magia tendrá una verdadera sorpresa cuando aparezca Dumbledore.
—Pero ¿qué podemos...?
Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron.
Snape estaba allí.
—Buenas tardes —dijo amablemente. Lo miraron sin decir nada.
—No deberíais estar dentro en un día así —dijo con una rara sonrisa
torcida.
—Nosotros... —comenzó Harry, sin idea de lo que diría.
—Debéis ser más cuidadosos —dijo Snape—. Si os ven andando por aquí,
pueden pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor no puede
perder más puntos, ¿no es cierto?
Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para irse, pero Snape los llamó.
—Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y yo personalmente me
encargaré de que te expulsen. Que pases un buen día.
Se alejó en dirección a la sala de profesores.
Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se volvió hacia sus amigos.
—Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró con prisa—. Uno de
nosotros tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala de profesores y
seguirlo si sale. Hermione, mejor que eso lo hagas tú.
—¿Por qué yo?
—Es obvio —intervino Ron—. Puedes fingir que estás esperando al
profesor Flitwick, ya sabes cómo —la imitó con voz aguda—: «Oh, profesor
Flitwick, estoy tan preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce b...».
—Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo en ir a vigilar a
Snape.
—Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer piso —dijo Harry a Ron—.
Vamos.
Pero aquella parte del plan no funcionó. Tan pronto como llegaron a la
puerta que separaba a Fluffy del resto del colegio, la profesora McGonagall
apareció otra vez, salvo que ya había perdido la paciencia.
—Supongo que creeréis que sois los mejores para vencer todos los
encantamientos —dijo con rabia—. ¡Ya son suficientes tonterías! Si me entero
de que habéis vuelto por aquí, os quitaré otros cincuenta puntos para
Gryffindor. ¡Sí, Weasley, de mi propia casa!
Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo cuando Harry acababa de
decir: «Al menos Hermione está detrás de Snape», el retrato de la Dama Gorda
se abrió y apareció la muchacha.
—¡Lo siento, Harry! —se quejó—. Snape apareció y me preguntó qué
estaba haciendo, así que le dije que esperaba al profesor Flitwick. Snape fue a
buscarlo, yo tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.
—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?
Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido y los ojos le brillaban.
—Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir la Piedra.
—¡Estás loco! —dijo Ron.
—¡No puedes! —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo que han dicho
Snape y McGonagall? ¡Te van a expulsar!
—¿Y qué? —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape consigue la
Piedra, es la vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómo eran las cosas
cuando él trataba de apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para
que nos expulsen! ¡Lo destruirá o lo convertirá en un colegio para las Artes
Oscuras! ¿No os dais cuenta de que perder puntos ya no importa? ¿Creéis que
él dejará que vosotros y vuestras familias estéis tranquilos, si Gryffindor gana la
copa de la casa? Si me atrapan antes de que consiga la Piedra, bueno, tendré
que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me encuentre allí. Será
sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca
me pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa trampilla, esta noche, y nada
de lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo recordáis?
Los miró con furia.
—Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.
—Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es una suerte haberla
recuperado.
—Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.
—¿A... nosotros tres?
—Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir solo?
—Por supuesto que no —dijo Hermione con voz enérgica—. ¿Cómo crees
que vas a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor que vaya a buscar en
mis libros, tiene que haber algo que nos sirva...
—Pero si nos atrapan, también os expulsarán a vosotros.
—No, si yo puedo evitarlo —dijo Hermione con severidad—. Flitwick me
dijo en secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a
expulsar después de eso.
Tras la cena, los tres se sentaron en la sala común, lejos de todos. Nadie los
molestó: después de todo, ninguno de los de Gryffindor hablaba con Harry,
pero ésa fue la primera noche que no le importó. Hermione revisaba sus
apuntes, confiando en encontrar algunos de los encantamientos que deberían
conjurar. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar.
—Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuró Ron, mientras Lee
Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por las
escaleras hasta su dormitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su mirada se fijó
en la flauta que Hagrid le había regalado para Navidad. La guardó para
utilizarla con Fluffy: no tenía muchas ganas de cantar...
Regresó a la sala común.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos
cubra a los tres... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por
ahí...
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Neville apareció
detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro
viaje a la libertad.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la
espalda.
Neville observó sus caras de culpabilidad.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos nada. ¿Por qué no te
vas a la cama, Neville?
Harry miró al reloj de pie que había al lado de la puerta. No podían perder
más tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.
—No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a atrapar. Gryffindor
tendrá más problemas.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.
Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.
—No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse frente al agujero del
retrato—. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas idiota!
—¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me parece bien que sigáis
faltando a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la gente!
—Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes lo que
estás haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Trevor, que
desapareció de la vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville, levantando los puños—.
¡Estoy listo!
Harry se volvió hacia Hermione.
—Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto.
Levantó la varita.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus piernas se juntaron.
Todo el cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo, rígido
como un tronco.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la mandíbula rígida y no
podía hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándolos horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurró Harry.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustiada—. Oh, Neville, lo
siento tanto...
—Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron, mientras se alejaban para
cubrirse con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio. En
aquel estado de nervios, cada sombra de una estatua les parecía que era Filch,
y cada silbido lejano del viento les parecía Peeves que los perseguía.
Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora Norris.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmuró Ron en el oído
de Harry, que negó con la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la
gata, ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.
No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que iba
al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra
para que la gente tropezara.
—¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subían hacia él.
Entornó sus malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda
veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?
Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.
Harry tuvo súbitamente una idea.
—Peeves —dijo en un ronco susurró—, el Barón Sanguinario tiene sus
propias razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó
a unos centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—. Fue por
mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es
invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Manténte lejos de este
lugar esta noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose
otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de
boca, yo no lo molestaré.
Y desapareció.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer piso.
La puerta ya estaba entreabierta.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado ante
Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo que
tenían que enfrentarse. Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros
dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—. Podéis llevaros la
capa, no la voy a necesitar.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta.
Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro
olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.
—Debe despertarse en el momento en que se deja de tocar —dijo Harry—.
Bueno, empecemos...
Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló. No era exactamente una
melodía, pero desde la primera nota los ojos de la bestia comenzaron a
cerrarse. Harry casi ni respiraba. Poco a poco, los gruñidos se fueron
apagando, se balanceó, cayó de rodillas y luego se derrumbó en el suelo,
profundamente dormido.
—Sigue tocando —advirtió Ron a Harry, mientras salía de la capa y se
arrastraba hasta la trampilla. Podía sentir la respiración caliente y olorosa del
perro, mientras se aproximaba a las gigantescas cabezas.
—Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron, espiando por encima del
lomo del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—¡No, no quiero!
—Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con cuidado sobre las
patas del perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se levantó y
abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer.
Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto para llamar la atención
de Ron y se señaló a sí mismo.
—¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro? —dijo Ron—. No sé cómo es de
profundo ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda seguir
haciéndolo dormir.
Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de silencio, el perro gruñó y
se estiró, pero en cuanto Hermione comenzó a tocar volvió a su sueño
profundo.
Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el fondo.
Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de los dedos. Miró a Ron
y dijo:
—Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la lechucería y enviad a
Hedwig a Dumbledore. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Ron.
—Nos veremos en un minuto, espero...
Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía, caía y..
¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y extraño. Se incorporó
y miró alrededor, con ojos desacostum brados a la penumbra. Parecía que
estaba sentado sobre una especie de planta.
—¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un sello, que era
la abertura de la trampilla—. ¡Fue un aterrizaje suave, puedes saltar!
Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry
—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.
—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para detener la
caída. ¡Vamos, Hermione!
La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido, pero Hermione ya
había saltado. Cayó al otro lado de Harry.
—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.
—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.
—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!
Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar
porque, en el momento en que cayó, la planta comenzó a extenderse como una
serpiente para sujetarle los tobillos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las
piernas totalmente cubiertas, sin que se hubieran dado cuenta.
Hermione pudo liberarse antes de que la planta la atrapara. En aquel
momento miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la
planta de encima, pero mientras más luchaban, la planta los envolvía con más
rapidez.
—¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto. ¡Es Lazo
del Diablo!
—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda —
gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.
—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo Hermione.
—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó Harry, mientras la planta
le oprimía el pecho.
—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo el profesor Sprout?... Le
gusta la oscuridad y la humedad...
—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.
—Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione,
retorciéndose las manos.
—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O
NO?
—¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo y envió
a la planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape. En
segundos, los dos muchachos sintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras
la planta se retiraba a causa de la luz y el calor. Retorciéndose y alejándose, se
desprendió de sus cuerpos y pudieron moverse.
—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione —dijo
Harry, mientras se acercaba a la pared, secándose el sudor de la cara.
—Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en las
crisis. Porque eso de «no tengo madera»... francamente...
—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de piedra que era el único
camino.
Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el goteo del agua en
las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts.
Con un desagradable sobresalto, recordó a los dragones que decían que
custodiaban las cámaras, en el banco de los magos. Si encontraban un dragón,
un dragón más grande... Con Norberto ya habían tenido suficiente...
—¿Oyes algo? —susurró Ron.
Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder de
delante.
—¿Crees que será un fantasma?
—No lo sé... a mí me parecen alas.
Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación
brillantemente iluminada, con el techo curvándose sobre ellos. Estaba llena de
pajaritos brillantes que volaban por toda la habitación. En el lado opuesto,
había una pesada puerta de madera.
—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó Ron.
—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy malos, pero supongo
que si se tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.
Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó corriendo
la habitación. Esperaba sentir picos agudos y garras desgarrando su cuerpo,
pero no sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la manija,
pero estaba cerrada con llave.
Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se movía,
ni siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.
—Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo Hermione.
Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando...
¿Brillando?
—¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves aladas,
mirad bien. Entonces eso debe significar... —Miró alrededor de la habitación,
mientras los otros observaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí.
¡Escobas! ¡Tenemos que conseguir la llave de la puerta!
—¡Pero hay cientos de llaves!
Ron examinó la cerradura de la puerta.
—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de plata, probablemente,
como la manija.
Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire,
remontándose entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves
hechizadas se movían tan rápidamente que era casi imposible sujetarlas.
Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un don
especial para detectar cosas que la otra gente no veía. Después de unos
minutos moviéndose entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó
una gran llave de plata, con un ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la
hubieran introducido con brusquedad en la cerradura.
—¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no, ahí... Con alas azul
brillante... las plumas están aplastadas por un lado.
Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el techo y
casi se cae de la escoba.
—¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar los ojos de la llave con
el ala estropeada—. Ron, ven desde arriba, Hermione, quédate abajo y no la
dejes descender. Yo trataré de atraparla. Bien: ¡AHORA!
Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los esquivó a
ambos, y Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry
se inclinó hacia delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la
piedra con una sola mano. Los vivas de Ron y Hermione retumbaron por la
habitación.
Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave
retorciéndose en su mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta...
Funcionaba. En el momento en que se abrió la cerradura, la llave salió volando
otra vez, con aspecto de derrotada, pues ya la habían atrapado dos veces.
—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la manija de
la puerta. Asintieron. Abrió la puerta.
La habitación siguiente estaba tan oscura que no pudieron ver nada. Pero
cuando estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el lugar, para revelar un
espectáculo asombroso.
Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas
negras, que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía
piedra. Frente a ellos, al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas.
Harry, Ron y Hermione se estremecieron: las piezas blancas no tenían rostros.
—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry
—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la
habitación.
Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.
—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser piezas.
Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para tocar el caballo. De
inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una patada en el suelo y el
caballero se levantó la visera del casco, para mirar a Ron.
—¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?
El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros dos.
—Esto hay que pensarlo... —dijo—. Supongo que tenemos que ocupar el
lugar de tres piezas negras.
Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba. Por fin
dijo:
—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en
ajedrez...
—No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—. Sim plemente dinos qué
tenemos que hacer.
—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Hermione, ponte en
lugar de esa torre, al lado de Harry.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo seré un caballo.
Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un
caballo, un alfil y una torre dieron la espalda a las piezas blancas y salieron del
tablero, dejando libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.
—Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez —dijo Ron, mirando al
otro lado del tablero—. Sí... mirad.
Un peón blanco se movió hacia delante.
Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían silenciosamente
cuando los mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?
—Harry... muévete en diagonal, cuatro casillas a la derecha.
La primera verdadera impresión llegó cuando el otro caballo fue capturado.
La reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera, donde se
quedó inmóvil, bocabajo.
—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja libre
para coger ese alfil. Vamos, Hermione.
Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no
mostraban compasión. Muy pronto, hubo un grupo de piezas negras
desplomadas a lo largo de la pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a
tiempo para salvar a Harry y Hermione del peligro. Él mismo jugó por todo el
tablero, atrapando casi tantas piezas blancas como las negras que habían
perdido.
—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme
pensar.
La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.
—Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar que me
cojan.
—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.
—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que hacer algunos
sacrificios! Yo daré un paso adelante y ella me cogerá... Eso te dejará libre
para hacer jaque mate al rey, Harry.
—Pero...
—¿Quieres detener a Snape o no?
—Ron...
—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!
No había nada que hacer.
—¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero decidido—. Allá voy, y
no os quedéis una vez que hayáis ganado.
Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con fuerza en
la cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo. Hermione
gritó, pero se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado.
Parecía desmayado.
Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la izquierda. El rey blanco
se quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las piezas
saludaron y se fueron, dejando libre la puerta. Con una última mirada de
desesperación hacia Ron, Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron
por el siguiente pasadizo.
—¿Y si él está...?
—Él estará bien —dijo Harry, tratando de convencerse a sí mismo—. ¿Qué
crees que nos queda?
—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber
hechizado las llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos
deja el hechizo de Quirrell y el de Snape...
Habían llegado a otra puerta.
—¿Todo bien? —susurró Harry.
—Adelante.
Harry empujó y abrió.
Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se taparan la nariz con la
túnica. Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo
frente a ellos, un trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y
con un bulto sangrante en la cabeza.
—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste —susurró Harry,
mientras pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no
puedo respirar.
Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que seguía...
Pero no había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de
diferente tamaño puestas en fila.
—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?
Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de ellos. No
era un fuego común, era púrpura. Al mismo tiempo, llamas negras se
encendieron delante. Estaban atrapados.
—¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de las
botellas. Harry miró por encima de su hombro para leerlo:
El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,
dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
una entre nosotras siete te dejará adelantarte,
otra llevará al que lo beba para atrás,
dos contienen sólo vino de ortiga,
tres son mortales, esperando escondidos en la fila.
Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,
para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre
encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres
moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni
el enano ni el gigante guardan la muerte en su interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son
gemelas una vez que las pruebes, aunque a primera vista sean
diferentes.
Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sorprendido, vio que
sonreía, lo último que había esperado que hiciera.
—Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es un
acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y
se quedarían aquí para siempre.
—Pero nosotros también, ¿no?
—Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos está
en este papel. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino, una nos llevará a
salvo a través del fuego negro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.
—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?
—Dame un minuto.
Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro de la
fila de botellas, murmurando y señalándolas. Al fin, se golpeó las manos.
—Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego negro, hacia
la Piedra.
Harry miró a la diminuta botella.
—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un trago.
Se miraron.
—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?
Hermione señaló una botella redonda del extremo derecho de la fila.
—Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge las
escobas del cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis salir por la
trampilla sin que os vea Fluffy. Id directamente a la lechucería y enviad a
Hedwig a Dumbledore, lo necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a
Snape, pero la verdad es que no puedo igualarlo.
—Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?
—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry, señalando su
cicatriz—. Puede ser que la tenga de nuevo.
Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y lo
abrazó.
—¡Hermione!
—Harry.. Eres un gran mago, ya lo sabes.
—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella lo
soltaba.
—¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho
más importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!
—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál, ¿no?
—Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de la
botellita redondeada y se estremeció.
—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhelante.
—No... pero parece hielo.
—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.
—Buena suerte... ten cuidado...
—¡VETE!
Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego púrpura.
Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las botellas. Se
enfrentó a las llamas negras.
—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.
Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia delante. Se
dio ánimo al ver que las llamas negras lamían su cuerpo pero no lo quemaban.
Durante un momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al
otro lado, en la última habitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.
Capitulo 15. El bosque prohibido
Las cosas no podían haber salido peor.
Filch los llevó al despacho de la profesora McGonagall, en el primer piso,
donde se sentaron a esperar; sin decir una palabra. Hermione temblaba.
Excusas, disculpas y locas historias cruzaban la mente de Harry, cada una más
débil que la otra. No podía imaginar cómo se iban a librar del problema aquella
vez. Estaban atrapados. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos para olvidar la
capa? No había razón en el mundo para que la profesora McGonagall aceptara
que habían estado vagando durante la noche, para no mencionar la torre más
alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las clases. Si añadía a
todo eso Norberto y la capa invisible, ya podían empezar a hacer las maletas.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor? Estaba equivocado.
Cuando la profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando de
encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que
tenías un drag...
Harry negó violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara más,
pero la profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si echara fuego igual que
Norberto y se irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El señor Filch dice que
estabais en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una
explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de
un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profesora McGonagall—.
No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un
dragón para que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he
atrapado. Supongo que te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la
historia y también la creyera, ¿no?
Harry captó la mirada de Neville y trató de decirle, sin palabras, que
aquello no era verdad, porque Neville parecía asombrado y herido. Pobre metepatas
Neville, Harry sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la
oscuridad, para prevenirlos.
—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—. Cuatro alumnos
fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tu, Hermione
Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter... Creía que
Gryffindor significaba más para ti. Los tres sufriréis castigos... Sí, tú también,
Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche,
en especial en estos días: es muy peligroso y se os descontarán cincuenta
puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta? —resopló Harry. Iban a perder el primer puesto, lo que
había ganado en el último partido de quidditch.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGonagall, resoplando a
través de su nariz puntiaguda.
—Profesora... por favor...
—Usted, usted no...
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Potter. Ahora, volved
a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de
Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el último
lugar. En una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que
Gryffindor ganara la copa de la casa. Harry sentía como si le retorcieran el
estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo?
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Neville, que duró
horas. No se le ocurría nada que decir para consolarlo. Sabía que Neville,
como él mismo, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el
resto de los de Gryffindor descubrieran lo que ellos habían hecho?
Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigantesco reloj de arena,
que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error.
¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día
anterior? Y luego, se propagó la historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter,
el héroe de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos
puntos, él y otros dos estúpidos de primer año.
De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, Harry
súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le
giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la
copa. Por dondequiera que Harry pasara, lo señalaban con el dedo y no se
molestaban en bajar la voz para insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo
aplaudían y lo vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Potter; te debemos una!».
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos
muchas veces desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? —
dijo Harry tristemente.
—Bueno... no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero Harry se juró que, de ahí en
adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo. Todo había sido
por andar averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzado que fue a ver a
Wood y le ofreció su renuncia.
—¿Renunciar? —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo
vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del equipo no le
hablaba durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban «el
buscador».
Hermione y Neville también sufrían. No pasaban tantos malos ratos como
Harry porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había
dejado de llamar la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja,
trabajando en silencio.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran los exámenes. Las
lecciones que tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente. Él, Ron
y Hermione se quedaban juntos, trabajando hasta altas horas de la noche,
tratando de recordar los ingredientes de complicadas pociones, aprendiendo de
memoria hechizos y encantamientos y repitiendo las fechas de descubrimientos
mágicos y rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las
nuevas resoluciones de Harry de no interferir en nada que no le concerniera
sufrieron una prueba inesperada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó
que alguien gemía en un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba,
oyó la voz de Quirrell.
—No... no... otra vez no, por favor...
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se acerco.
—Muy bien... muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula,
enderezándose el turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar.
Desapareció de su vista y Harry pensó que ni siquiera lo había visto. Esperó
hasta que dejaron de oírse los pasos de Quirrell y entonces inspeccionó el
aula. Parecía vacía, pero la puerta del otro extremo estaba entreabierta. Harry
estaba a mitad de camino, cuando recordó que se había prometido no meterse
en lo que no le correspondía.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filosofales a que Snape
acababa de salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería
estar de mejor humor... Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione estaba repasándole
Astronomía a Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo! —dijo Ron—. Si Quirrell le dijo cómo romper su
encantamiento anti-Fuerzas Oscuras...
—Pero todavía queda Fluffy —dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin preguntarle a Hagrid —
dijo Ron, mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por
aquí hay un libro que dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas.
¿Qué vamos a hacer, Harry?
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ron, pero Hermione
respondió antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si se
nos ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a perder.
—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Harry—. Quirrell está demasiado
atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que decir que no sabía cómo
entró el trol en Halloween y que él no estaba cerca del tercer piso en ese momento.
¿A quién pensáis que van a creer, a él o a nosotros? No es
exactamente un secreto que lo detestamos. Dumbledore creerá que nos lo
hemos inventado para hacer que lo echen. Filch no nos ayudaría aunque su
vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Snape y, mientras más
alumnos pueda echar, mejor para él. Y no olvidéis que se supone que no
sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas explicaciones.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco...
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos investigado demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a aprender los nombres
de sus lunas.
A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermione y Neville, en la
mesa del desayuno. Eran todas iguales.
Vuestro castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada.
Prof M. McGonagall
En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Harry había
olvidado que todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba
que Hermione se quejara por tener que perder una noche de estudio, pero la
muchacha no dijo una palabra. Como Harry, sentía que se merecían lo que les
tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron en la sala común y
bajaron al vestíbulo de entrada con Neville. Filch ya estaba allí y también
Malfoy. Harry también había olvidado que a Malfoy lo habían condenado a un
castigo.
—Seguidme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia
fuera—. Seguro que os lo pensaréis dos veces antes de faltar a otra regla de la
escuela, ¿verdad? —dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y
dolor son los mejores maestros, si queréis mi opinión... es una lástima que
hayan abandonado los viejos castigos... colgaros de las muñecas, del techo,
unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo
engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien, allá vamos, y no penséis en
escapar, porque será peor para vosotros si lo hacéis.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con
dificultad. Harry se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. Debía de
ser algo verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad.
Delante, Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid.
Entonces oyeron un grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía ser tan
malo. Su alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papanatas, ¿no? Bueno,
piénsalo mejor, muchacho... es al bosque adonde iréis y mucho me habré
equivocado si volvéis todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvo de golpe.
—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—
. Hay toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar un ruido
ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no? —dijo Filch, con voz radiante—.
Tendríais que haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado a los talones. Llevaba una
gran ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.
—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien,
Harry, Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad Filch—.
Después de todo, están aquí por un castigo.
—Por eso llegáis tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a
Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer.
A partir de ahora, me hago cargo yo.
—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de ellos —
añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo,
agitando el farol en la oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto de notar miedo en su
voz.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con severidad—
. Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos
harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto, él...
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó Hagrid—.
¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Haréis algo que sea útil, o si
no os iréis. Si crees que tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al
castillo y coge tus cosas. ¡Vete!
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada.
—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchad con cuidado, porque lo que
vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue.
Seguidme por aquí, un momento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia
un estrecho sendero de tierra, que desaparecía entre los espesos árboles
negros. Una suave brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al
bosque.
—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en la tierra? ¿Eso
plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido
malherido por alguien. Es la segunda vez en una semana. Encontré uno muerto
el último miércoles. Vamos a tratar de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez
tengamos que evitar que siga sufriendo.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuentra a nosotros
primero? —dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir si estáis conmigo o
con Fang —dijo Hagrid—. Y seguid el sendero. Ahora vamos a dividirnos en
dos equipos y seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por
todo el lugar, debieron herirlo ayer por la noche, por lo menos.
—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Malfoy, mirando los largos
colmillos del perro.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—.
Entonces yo, Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville y Fang, por
el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de
acuerdo? Sacad vuestras varitas y practicad ahora... está bien... Y si alguno
tiene problemas, las chispas serán rojas y nos reuniremos todos... así que
tened cuidado... en marcha.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron
que el sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la izquierda
y Malfoy, Neville y Fang se dirigieron a la derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en cuando,
un rayo de luna a través de las ramas iluminaba una mancha de sangre azul
plateada entre las hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios? —preguntó
Harry
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fácil cazar un
unicornio, son criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que
hubieran hecho daño a ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el agua que corría: debía
de haber un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el
serpenteante sendero.
—¿Estás bien, Hermione? —susurró Hagrid—. No te preocupes, no puede
estar muy lejos si está tan malherido, y entonces podremos... ¡PONEOS
DETRÁS DE ESE ÁRBOL!
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró fuera del sendero, detrás de
un grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó, lista para
disparar. Los tres escucharon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas.
Parecía como una capa que se arrastrara por el suelo. Hagrid miraba hacia el
sendero oscuro pero, después de unos pocos segundos, el sonido se alejó.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debería estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio —dijo Hagrid con
gesto sombrío—. Bien, seguidme, pero tened cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en un
claro un poco más adelante, algo se movió visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver... estoy armado!
Y apareció en el claro... ¿era un hombre o un caballo? De la cintura para
arriba, un hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de
pelaje zaino de un caballo, con una cola larga y rojiza. Harry y Hermione se
quedaron boquiabiertos.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan. Tenía una voz
profunda y acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid, tocando su ballesta—.
Hay alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, éste es Harry Potter y
ella es Hermione Granger. Ambos son alumnos del colegio. Y él es Ronan. Es
un centauro.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y aprendéis
mucho en el colegio?
—Eh...
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró. Torció la cabeza y
miró hacia el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.
—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro de
haberte encontrado, Ronan, porque hay un unicornio herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mirada clavada en el
cielo, sin pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas —dijo—. Ha sido así
durante los siglos pasados y lo es ahora.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo
desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan, mientras Hagrid lo
miraba con impaciencia—. Está inusualmente brillante.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco más cerca
de nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Hasta que, finalmente,
dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid levantara
de nuevo su ballesta, pero era sólo un segundo centauro, de cabello y cuerpo
negro y con aspecto más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto algo
extraño últimamente. Han herido a un unicornio. ¿Sabes algo sobre eso?
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si alguno ve algo, me
avisáis, ¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione lo siguieron, saliendo del claro y mirando por encima del
hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon.
—Nunca —dijo irritado Hagrid— tratéis de obtener una respuesta directa
de un centauro. Son unos malditos astrólogos. No se interesan por nada más
cercano que la luna.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más... Se mantienen apartados la mayor parte del
tiempo, pero siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen
una mente profunda... saben cosas... pero no dicen mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Harry.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era lo que
está matando a los unicornios... Nunca he oído algo así.
Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos. Harry seguía mirando
por encima de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación
de que los vigilaban. Estaba muy contento de que Hagrid y su ballesta fueran
con ellos. Acababan de pasar una curva en el sendero cuando Hermione se
aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen problemas!
—¡Vosotros esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el sendero,
volveré a buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asustados, hasta que ya
no oyeron más que las hojas que se movían alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy, pero si le sucede algo a
Neville... está aquí por nuestra culpa.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus oídos eran más
agudos que nunca. Harry detectaba cada ráfaga de viento, cada ramita que se
rompía. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaban los otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de Hagrid.
Malfoy, Neville y Fang estaban con él. Hagrid estaba furioso. Malfoy se había
escondido detrás de Neville y, en broma, lo había cogido. Neville se aterró y
envió las chispas.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del
alboroto que habéis hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos... Neville, tú
te quedas conmigo y Hermione. Harry, tú vas con Fang y este idiota. Lo siento
—añadió en un susurro dirigiéndose a Harry— pero a él le va a costar mucho
asustarte y tenemos que terminar con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque, con Malfoy y Fang.
Anduvieron cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente,
hasta que el sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles
eran muy gruesos. Harry pensó que la sangre también parecía más espesa.
Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se
hubiera arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a través
de las enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira... —murmuró, levantando un brazo para detener a Malfoy
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca había visto nada tan
hermoso y tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos
extraños por su caída y su melena color blanco perla se desparramaba sobre
las hojas oscuras.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo
que se deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba
en el borde del claro se agitó... Entonces, de entre las sombras, una figura
encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho. Harry, Malfoy y
Fang permanecieron paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el
unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su
sangre.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que Fang. La figura
encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Harry. La sangre del
unicornio le chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente
hacia él... Harry estaba paralizado de miedo.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido,
como si la cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió. Oyó
cascos galopando a sus espaldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de rodillas. Pasaron unos
minutos antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había
ido. Un centauro estaba ante él. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más
joven, tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a ponerse de pie.
—Sí... gracias... ¿qué ha sido eso?
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos
zafiros. Observó a Harry con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se
veía amoratada en la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que regreses con Hagrid. El
bosque no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar? Así
será más rápido... Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas
delanteras, para que Harry pudiera montar en su lomo.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Ronan y
Bane aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los flancos
sudados.
—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? Tienes un humano
sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es el chico Potter.
Mientras más rápido se vaya del bosque, mejor.
—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—. Recuerda, Firenze,
juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los
planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obrando lo mejor posible
—dijo, con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros
debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar
como burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Harry tuvo que aferrarse
para no caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No
comprendes por qué lo mataron? ¿O los planetas no te han dejado saber ese
secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho en este bosque, con
humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose lo mejor que podía, y
dejó atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó—. Y a propósito, ¿qué
era esa cosa de la que me salvaste?
Firenze redujo el paso y previno a Harry que tuviera la cabeza agachada, a
causa de las ramas, pero no contestó. Siguieron andando entre los árboles y
en silencio, durante tanto tiempo que Harry creyó que Firenze no volvería a
hablarle. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar particularmente tupido,
Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña pregunta—. En la clase de
Pociones solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio.
—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo Firenze—.
Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer
semejante crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si
estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e
indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita,
desde el momento en que la sangre toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a la luz
de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó en voz alta—. Si te
van a maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?
—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que necesites sea
mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva
toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca mueras. ¿Harry Potter, sabes
qué está escondido en el colegio en este preciso momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no entiendo
quién...
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado muchos años para
regresar al poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de
Harry. Por encima del ruido del follaje, le pareció oír una vez más lo que Hagrid
le había dicho la noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi
opinión, son tonterías. No creo que le quede lo suficiente de humano como
para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era Vol...?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.
—Estoy bien —dijo Harry, casi sin saber lo que contestaba—. El unicornio
está muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a
examinar al unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter —dijo Firenze—. Los planetas ya se han
leído antes equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una
de esas veces.
Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a Harry
temblando.
Ron se había quedado dormido en la oscuridad de la sala común, esperando a
que volvieran. Cuando Harry lo sacudió para despertarlo, gritó algo sobre una
falta en quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy
abiertos, mientras Harry les contaba, a él y a Hermione, lo que había sucedido
en el bosque.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea.
Todavía temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort... y Voldemort está esperando en
el bosque... ¡Y todo el tiempo pensábam os que Snape sólo quería ser rico!
—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ron, en un aterrorizado susurro, como si
pensara que Voldemort pudiera oírlos.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho... Bane estaba furioso...
Hablaba de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá... Deben decir
que Voldemort ha vuelto... Bane piensa que Firenze debió dejar que Voldemort
me matara. Supongo que eso también está escrito en las estrellas.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Snape robe la
Piedra —continuó febrilmente Harry—.. Entonces Voldemort podrá venir y
terminar conmigo... Bueno, supongo que Bane estará contento.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al que Quien-tú-sabes
siempre ha temido. Con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De
todos modos, ¿quién puede decir que los centauros tienen razón? A mí me
parecen adivinos y la profesora McGonagall dice que ésa es una rama de la
magia muy inexacta.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la cama
agotados, con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no
habían terminado.
Cuando Harry abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente
doblada. Tenía sujeta una nota:
Por las dudas.
Filch los llevó al despacho de la profesora McGonagall, en el primer piso,
donde se sentaron a esperar; sin decir una palabra. Hermione temblaba.
Excusas, disculpas y locas historias cruzaban la mente de Harry, cada una más
débil que la otra. No podía imaginar cómo se iban a librar del problema aquella
vez. Estaban atrapados. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos para olvidar la
capa? No había razón en el mundo para que la profesora McGonagall aceptara
que habían estado vagando durante la noche, para no mencionar la torre más
alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las clases. Si añadía a
todo eso Norberto y la capa invisible, ya podían empezar a hacer las maletas.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor? Estaba equivocado.
Cuando la profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando de
encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que
tenías un drag...
Harry negó violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara más,
pero la profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si echara fuego igual que
Norberto y se irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El señor Filch dice que
estabais en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una
explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de
un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profesora McGonagall—.
No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un
dragón para que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he
atrapado. Supongo que te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la
historia y también la creyera, ¿no?
Harry captó la mirada de Neville y trató de decirle, sin palabras, que
aquello no era verdad, porque Neville parecía asombrado y herido. Pobre metepatas
Neville, Harry sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la
oscuridad, para prevenirlos.
—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—. Cuatro alumnos
fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tu, Hermione
Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter... Creía que
Gryffindor significaba más para ti. Los tres sufriréis castigos... Sí, tú también,
Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche,
en especial en estos días: es muy peligroso y se os descontarán cincuenta
puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta? —resopló Harry. Iban a perder el primer puesto, lo que
había ganado en el último partido de quidditch.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGonagall, resoplando a
través de su nariz puntiaguda.
—Profesora... por favor...
—Usted, usted no...
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Potter. Ahora, volved
a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de
Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el último
lugar. En una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que
Gryffindor ganara la copa de la casa. Harry sentía como si le retorcieran el
estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo?
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Neville, que duró
horas. No se le ocurría nada que decir para consolarlo. Sabía que Neville,
como él mismo, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el
resto de los de Gryffindor descubrieran lo que ellos habían hecho?
Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigantesco reloj de arena,
que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error.
¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día
anterior? Y luego, se propagó la historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter,
el héroe de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos
puntos, él y otros dos estúpidos de primer año.
De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, Harry
súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le
giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la
copa. Por dondequiera que Harry pasara, lo señalaban con el dedo y no se
molestaban en bajar la voz para insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo
aplaudían y lo vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Potter; te debemos una!».
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos
muchas veces desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? —
dijo Harry tristemente.
—Bueno... no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero Harry se juró que, de ahí en
adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo. Todo había sido
por andar averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzado que fue a ver a
Wood y le ofreció su renuncia.
—¿Renunciar? —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo
vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del equipo no le
hablaba durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban «el
buscador».
Hermione y Neville también sufrían. No pasaban tantos malos ratos como
Harry porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había
dejado de llamar la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja,
trabajando en silencio.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran los exámenes. Las
lecciones que tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente. Él, Ron
y Hermione se quedaban juntos, trabajando hasta altas horas de la noche,
tratando de recordar los ingredientes de complicadas pociones, aprendiendo de
memoria hechizos y encantamientos y repitiendo las fechas de descubrimientos
mágicos y rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las
nuevas resoluciones de Harry de no interferir en nada que no le concerniera
sufrieron una prueba inesperada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó
que alguien gemía en un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba,
oyó la voz de Quirrell.
—No... no... otra vez no, por favor...
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se acerco.
—Muy bien... muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula,
enderezándose el turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar.
Desapareció de su vista y Harry pensó que ni siquiera lo había visto. Esperó
hasta que dejaron de oírse los pasos de Quirrell y entonces inspeccionó el
aula. Parecía vacía, pero la puerta del otro extremo estaba entreabierta. Harry
estaba a mitad de camino, cuando recordó que se había prometido no meterse
en lo que no le correspondía.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filosofales a que Snape
acababa de salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería
estar de mejor humor... Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione estaba repasándole
Astronomía a Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo! —dijo Ron—. Si Quirrell le dijo cómo romper su
encantamiento anti-Fuerzas Oscuras...
—Pero todavía queda Fluffy —dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin preguntarle a Hagrid —
dijo Ron, mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por
aquí hay un libro que dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas.
¿Qué vamos a hacer, Harry?
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ron, pero Hermione
respondió antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si se
nos ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a perder.
—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Harry—. Quirrell está demasiado
atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que decir que no sabía cómo
entró el trol en Halloween y que él no estaba cerca del tercer piso en ese momento.
¿A quién pensáis que van a creer, a él o a nosotros? No es
exactamente un secreto que lo detestamos. Dumbledore creerá que nos lo
hemos inventado para hacer que lo echen. Filch no nos ayudaría aunque su
vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Snape y, mientras más
alumnos pueda echar, mejor para él. Y no olvidéis que se supone que no
sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas explicaciones.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco...
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos investigado demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a aprender los nombres
de sus lunas.
A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermione y Neville, en la
mesa del desayuno. Eran todas iguales.
Vuestro castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada.
Prof M. McGonagall
En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Harry había
olvidado que todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba
que Hermione se quejara por tener que perder una noche de estudio, pero la
muchacha no dijo una palabra. Como Harry, sentía que se merecían lo que les
tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron en la sala común y
bajaron al vestíbulo de entrada con Neville. Filch ya estaba allí y también
Malfoy. Harry también había olvidado que a Malfoy lo habían condenado a un
castigo.
—Seguidme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia
fuera—. Seguro que os lo pensaréis dos veces antes de faltar a otra regla de la
escuela, ¿verdad? —dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y
dolor son los mejores maestros, si queréis mi opinión... es una lástima que
hayan abandonado los viejos castigos... colgaros de las muñecas, del techo,
unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo
engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien, allá vamos, y no penséis en
escapar, porque será peor para vosotros si lo hacéis.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con
dificultad. Harry se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. Debía de
ser algo verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad.
Delante, Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid.
Entonces oyeron un grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía ser tan
malo. Su alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papanatas, ¿no? Bueno,
piénsalo mejor, muchacho... es al bosque adonde iréis y mucho me habré
equivocado si volvéis todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvo de golpe.
—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—
. Hay toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar un ruido
ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no? —dijo Filch, con voz radiante—.
Tendríais que haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado a los talones. Llevaba una
gran ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.
—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien,
Harry, Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad Filch—.
Después de todo, están aquí por un castigo.
—Por eso llegáis tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a
Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer.
A partir de ahora, me hago cargo yo.
—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de ellos —
añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo,
agitando el farol en la oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto de notar miedo en su
voz.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con severidad—
. Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos
harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto, él...
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó Hagrid—.
¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Haréis algo que sea útil, o si
no os iréis. Si crees que tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al
castillo y coge tus cosas. ¡Vete!
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada.
—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchad con cuidado, porque lo que
vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue.
Seguidme por aquí, un momento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia
un estrecho sendero de tierra, que desaparecía entre los espesos árboles
negros. Una suave brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al
bosque.
—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en la tierra? ¿Eso
plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido
malherido por alguien. Es la segunda vez en una semana. Encontré uno muerto
el último miércoles. Vamos a tratar de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez
tengamos que evitar que siga sufriendo.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuentra a nosotros
primero? —dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir si estáis conmigo o
con Fang —dijo Hagrid—. Y seguid el sendero. Ahora vamos a dividirnos en
dos equipos y seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por
todo el lugar, debieron herirlo ayer por la noche, por lo menos.
—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Malfoy, mirando los largos
colmillos del perro.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—.
Entonces yo, Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville y Fang, por
el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de
acuerdo? Sacad vuestras varitas y practicad ahora... está bien... Y si alguno
tiene problemas, las chispas serán rojas y nos reuniremos todos... así que
tened cuidado... en marcha.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron
que el sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la izquierda
y Malfoy, Neville y Fang se dirigieron a la derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en cuando,
un rayo de luna a través de las ramas iluminaba una mancha de sangre azul
plateada entre las hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios? —preguntó
Harry
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fácil cazar un
unicornio, son criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que
hubieran hecho daño a ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el agua que corría: debía
de haber un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el
serpenteante sendero.
—¿Estás bien, Hermione? —susurró Hagrid—. No te preocupes, no puede
estar muy lejos si está tan malherido, y entonces podremos... ¡PONEOS
DETRÁS DE ESE ÁRBOL!
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró fuera del sendero, detrás de
un grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó, lista para
disparar. Los tres escucharon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas.
Parecía como una capa que se arrastrara por el suelo. Hagrid miraba hacia el
sendero oscuro pero, después de unos pocos segundos, el sonido se alejó.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debería estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio —dijo Hagrid con
gesto sombrío—. Bien, seguidme, pero tened cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en un
claro un poco más adelante, algo se movió visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver... estoy armado!
Y apareció en el claro... ¿era un hombre o un caballo? De la cintura para
arriba, un hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de
pelaje zaino de un caballo, con una cola larga y rojiza. Harry y Hermione se
quedaron boquiabiertos.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan. Tenía una voz
profunda y acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid, tocando su ballesta—.
Hay alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, éste es Harry Potter y
ella es Hermione Granger. Ambos son alumnos del colegio. Y él es Ronan. Es
un centauro.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y aprendéis
mucho en el colegio?
—Eh...
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró. Torció la cabeza y
miró hacia el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.
—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro de
haberte encontrado, Ronan, porque hay un unicornio herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mirada clavada en el
cielo, sin pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas —dijo—. Ha sido así
durante los siglos pasados y lo es ahora.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo
desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan, mientras Hagrid lo
miraba con impaciencia—. Está inusualmente brillante.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco más cerca
de nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Hasta que, finalmente,
dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid levantara
de nuevo su ballesta, pero era sólo un segundo centauro, de cabello y cuerpo
negro y con aspecto más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto algo
extraño últimamente. Han herido a un unicornio. ¿Sabes algo sobre eso?
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si alguno ve algo, me
avisáis, ¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione lo siguieron, saliendo del claro y mirando por encima del
hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon.
—Nunca —dijo irritado Hagrid— tratéis de obtener una respuesta directa
de un centauro. Son unos malditos astrólogos. No se interesan por nada más
cercano que la luna.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más... Se mantienen apartados la mayor parte del
tiempo, pero siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen
una mente profunda... saben cosas... pero no dicen mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Harry.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era lo que
está matando a los unicornios... Nunca he oído algo así.
Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos. Harry seguía mirando
por encima de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación
de que los vigilaban. Estaba muy contento de que Hagrid y su ballesta fueran
con ellos. Acababan de pasar una curva en el sendero cuando Hermione se
aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen problemas!
—¡Vosotros esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el sendero,
volveré a buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asustados, hasta que ya
no oyeron más que las hojas que se movían alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy, pero si le sucede algo a
Neville... está aquí por nuestra culpa.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus oídos eran más
agudos que nunca. Harry detectaba cada ráfaga de viento, cada ramita que se
rompía. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaban los otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de Hagrid.
Malfoy, Neville y Fang estaban con él. Hagrid estaba furioso. Malfoy se había
escondido detrás de Neville y, en broma, lo había cogido. Neville se aterró y
envió las chispas.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del
alboroto que habéis hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos... Neville, tú
te quedas conmigo y Hermione. Harry, tú vas con Fang y este idiota. Lo siento
—añadió en un susurro dirigiéndose a Harry— pero a él le va a costar mucho
asustarte y tenemos que terminar con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque, con Malfoy y Fang.
Anduvieron cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente,
hasta que el sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles
eran muy gruesos. Harry pensó que la sangre también parecía más espesa.
Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se
hubiera arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a través
de las enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira... —murmuró, levantando un brazo para detener a Malfoy
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca había visto nada tan
hermoso y tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos
extraños por su caída y su melena color blanco perla se desparramaba sobre
las hojas oscuras.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo
que se deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba
en el borde del claro se agitó... Entonces, de entre las sombras, una figura
encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho. Harry, Malfoy y
Fang permanecieron paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el
unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su
sangre.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que Fang. La figura
encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Harry. La sangre del
unicornio le chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente
hacia él... Harry estaba paralizado de miedo.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido,
como si la cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió. Oyó
cascos galopando a sus espaldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de rodillas. Pasaron unos
minutos antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había
ido. Un centauro estaba ante él. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más
joven, tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a ponerse de pie.
—Sí... gracias... ¿qué ha sido eso?
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos
zafiros. Observó a Harry con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se
veía amoratada en la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que regreses con Hagrid. El
bosque no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar? Así
será más rápido... Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas
delanteras, para que Harry pudiera montar en su lomo.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Ronan y
Bane aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los flancos
sudados.
—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? Tienes un humano
sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es el chico Potter.
Mientras más rápido se vaya del bosque, mejor.
—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—. Recuerda, Firenze,
juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los
planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obrando lo mejor posible
—dijo, con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros
debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar
como burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Harry tuvo que aferrarse
para no caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No
comprendes por qué lo mataron? ¿O los planetas no te han dejado saber ese
secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho en este bosque, con
humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose lo mejor que podía, y
dejó atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó—. Y a propósito, ¿qué
era esa cosa de la que me salvaste?
Firenze redujo el paso y previno a Harry que tuviera la cabeza agachada, a
causa de las ramas, pero no contestó. Siguieron andando entre los árboles y
en silencio, durante tanto tiempo que Harry creyó que Firenze no volvería a
hablarle. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar particularmente tupido,
Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña pregunta—. En la clase de
Pociones solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio.
—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo Firenze—.
Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer
semejante crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si
estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e
indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita,
desde el momento en que la sangre toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a la luz
de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó en voz alta—. Si te
van a maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?
—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que necesites sea
mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva
toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca mueras. ¿Harry Potter, sabes
qué está escondido en el colegio en este preciso momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no entiendo
quién...
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado muchos años para
regresar al poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de
Harry. Por encima del ruido del follaje, le pareció oír una vez más lo que Hagrid
le había dicho la noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi
opinión, son tonterías. No creo que le quede lo suficiente de humano como
para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era Vol...?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.
—Estoy bien —dijo Harry, casi sin saber lo que contestaba—. El unicornio
está muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a
examinar al unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter —dijo Firenze—. Los planetas ya se han
leído antes equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una
de esas veces.
Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a Harry
temblando.
Ron se había quedado dormido en la oscuridad de la sala común, esperando a
que volvieran. Cuando Harry lo sacudió para despertarlo, gritó algo sobre una
falta en quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy
abiertos, mientras Harry les contaba, a él y a Hermione, lo que había sucedido
en el bosque.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea.
Todavía temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort... y Voldemort está esperando en
el bosque... ¡Y todo el tiempo pensábam os que Snape sólo quería ser rico!
—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ron, en un aterrorizado susurro, como si
pensara que Voldemort pudiera oírlos.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho... Bane estaba furioso...
Hablaba de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá... Deben decir
que Voldemort ha vuelto... Bane piensa que Firenze debió dejar que Voldemort
me matara. Supongo que eso también está escrito en las estrellas.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Snape robe la
Piedra —continuó febrilmente Harry—.. Entonces Voldemort podrá venir y
terminar conmigo... Bueno, supongo que Bane estará contento.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al que Quien-tú-sabes
siempre ha temido. Con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De
todos modos, ¿quién puede decir que los centauros tienen razón? A mí me
parecen adivinos y la profesora McGonagall dice que ésa es una rama de la
magia muy inexacta.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la cama
agotados, con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no
habían terminado.
Cuando Harry abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente
doblada. Tenía sujeta una nota:
Por las dudas.
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